Pero antes de explicar esas situaciones cotidianas y quiero pensar que inconscientes, voy a tratar de recordar cómo trabajamos en un Servicio de Oncología Radioterápica. Podemos repasar los “post” anteriores del proceso: la primera consulta, la simulación, la planificación y la verificación y puesta en marcha del tratamiento.
Habitualmente los pacientes que reciben un tratamiento de irradiación radical tienen que acudir a múltiples sesiones de tratamiento diario de lunes a viernes que suelen durar de media unos 15 minutos. Cada mañana al arrancar el acelerador, se deben realizar unas calibraciones y verificaciones para asegurarnos de que todo funciona correctamente y debe ser supervisado por un Radiofísico. El día del inicio de tratamiento puede ser un poco más largo pues se comprueba que lo planificado se puede reproducir fielmente, se realizan pruebas de imagen de verificación y si todo está bien se da el visto bueno y se procede a proseguir con el tratamiento. A veces, se producen pequeños errores corregibles que nos obligan a dedicar más tiempo a ese paciente, o puede ocurrir que por las características del paciente o de su tratamiento sea necesaria la presencia física del radioterapeuta que puede estar ocupado en otras funciones importantes. Otras veces el acelerador lineal puede sufrir una avería menor o mayor que debe subsanarse por los profesionales correspondientes, pues son máquinas altamente sofisticadas y con múltiples mecanismos de seguridad, siendo muy susceptibles de precisar paradas técnicas. A todo esto hay que sumar que hay pacientes que reciben quimioterapia concomitante, es decir, a la vez que la radioterapia y deben acudir a ponérsela en un Servicio de Oncología Médica que está alejado. La gran mayoría de los pacientes acuden a tratamiento de forma ambulatoria a través de ambulancias colectivas que recogen a varios pacientes que viven en zonas rurales próximas.
Todo esto viene a colación por las reiteradas quejas de los pacientes en cuanto a los tiempos de espera. A todos nos gustaría que llegase el paciente, le aplicásemos el tratamiento y no tuviera que esperar es la sala de espera demasiado. Esta es la situación ideal, pero hemos de ser comprensivos y entender que hay muchas variables que hacen imposible contentar a todos. Se respeta un orden de programación, pero cualquier contratiempo de los anteriormente aquí expuestos puede alargar ese tiempo de espera. Hay que sumar además la fuerte presión asistencial a la que nos encontramos crónicamente sometidos.
La sala de espera debería ser un espacio de espera tranquila y porque no, provechosa. Los pacientes y acompañantes deben ser cuidadosos con sus comentarios, especialmente en lo que respecta a una enfermedad tan sensible como el cáncer. Se puede hacer mucho daño (imagino que sin querer) con el lenguaje empleado. Cada paciente es un mundo. Cada cáncer es diferente. Cada experiencia es individual. La transferencia de información es una opción personal. No valen las comparaciones, tampoco los comentarios poco constructivos. En una sala de espera hay multitud de vivencias y cada paciente tiene una forma de afrontar su enfermedad. Algunos necesitarán hablar de ella, otras preferirán mantenerse en silencio. Respetemos por favor a todos y cada uno de ellos. Tomemos conciencia de lo que vamos a decir y la repercusión que puede tener en el otro. Siempre se puede sonreir con complicidad, hablar del tiempo que hace o de temas intrascendentes antes de meter la pata con comentarios dolientes y que no aportan absolutamente nada.
Igual esta reflexión puede servir para adecuar nuestras frías salas de espera, hacerlas más acogedoras, al igual que ya se ve en las salas de espera pediátricas donde hay pequeños parques o pupitres para dibujar. Podríamos convertirlas en un espacio de ocio para la lectura, no sólo de revistas del corazón y dominicales retrasados, sino también por qué no de libros, música, televisión, wi fi, café, etc. Lo importante es que el ambiente sea propicio para que esa sala no produzca angustia o desasosiego, sino confort y bienestar.
Y ahora me atrevo a preguntar ¿qué echan de menos en las salas de espera, qué podríamos hacer para mejorarlas? Espero curiosa los comentarios. Les propongo una canción a modo de “hilo musical”.
He estado varias veces en el "otro lado" (como yo llamo a la sala de espera) y estoy bastante sensibilizada sobre las inquietudes, dudas y sentimientos de los pacientes que esperan (sobre todo la sala de espera quirúrgica). Gracias por pensar en todos ellos en tu entrada.
Gracias Aurora por tu aportación. Un abrazo!!