Reconozco que poseo un leve-moderado “síndrome de Diógenes”. Soy de las que me gusta guardar recuerdos y cosas que considero pueden ser útiles en un futuro. En ocasiones como en la que me encontré, de mudanza hospitalaria, aproveché para hacer limpieza. Hallé algunas cosas que me producen una sonrisa y sorpresa. Una de ellas ha sido la de encontrarme con un chupete de mi hija pequeña que probablemente dejé olvidado en mi armario (hace ya unos cuantos años) para consolar algún que otro llanto en mi ir y venir de la guardería al hospital. He de decir que me hizo ilusión encontrármelo por el significado que tiene ese sencillo objeto de consuelo.
Me he encontrado otro objeto de consuelo. Limpiando papeles encontrando un tríptico de una campaña llamada “Palabras para sanar” promocionada hace ya un tiempo por las bibliotecas municipales de Burgos, el Colegio de Farmacéuticos y el Colegio de Médicos y que me ha inspirado para escribir este “post”.
Es cierto, las palabras pueden sanar tanto o más que un medicamento. Tanto la literatura como la escritura son excelentes para liberar la mente y abrir el corazón. Me he encontrado con estas frases que rezan en la campaña mencionada:
“La Biblioteca es un compuesto sin contraindicaciones. Su uso está especialmente recomendado para todos los aquejados de afán de aprender. También posee grandes propiedades para el rejuvenecimiento. La dosis es libre y puede tomarse diariamente según cantidad que cada cual desee. El producto no tiene fecha de caducidad pero debe mantenerse alejado del fuego, de la intolerancia y de la necedad .”
“Es necesario leer y escribir para entender el mundo y para entendernos a nosotros mismos. Digo que leer es bueno para la salud. De leer y de intentar comprender nadie ha enfermado, diga lo que diga Cervantes” (José Saramago).
“Sólo la alegría es garantía de salud y longevidad” (Santiago Ramón y Cajal)
“El médico debe poseer ante todo un conocimiento del hombre, pero no sólo de orden fisiológico, anatómico o patológico. Debe conocerlo desde todas las dimensiones de su vida, en sus debilidades y en sus fuerzas, en su prudencia y en su locura. Sin ninguna duda, podemos sacar más provecho, en este dominio, de los libros de los poetas, quienes, con una auténtica mirada de vidente, penetran en las profundidades de la naturaleza humana, que de los libros de antropología” (Gustav Carus)
Por último les dejo con unas cuantas recomendaciones literarias sobre el papel del médico. Hay de todos los tiempos y para todos lo gustos:
– Carta a un médico (Jean Guitton)
– Cartas y notas sobre los indios norteamericanos (George Catlin)
– La Ilíada (Homero)
– Memorias de Adriano (Margueritte Yourcenar)
– Confesiones (San Agustín)
– El manuscrito carmesí (Antonio Gala)
– Tragicomedia de Calixto y Melibea (Fernando de Rojas)
– El enfermo imaginario (Jean B. Molière)
– El siglo de los cirujanos (Jürgen Thorwald)
– El viejo doctor Rivers (William Carlos Williams)
– El médico rural (Franz Kafka)
– Familia, infancia y juventud (Pío Baroja)
– La peste (Albert Camus)
– Viaje al fin de la noche (Louis-Ferdinand Céline)
– La colmena (Camilo José Cela)
– Memorias de un niño de derechas (Francisco Umbral)
– El cónsul honorario (Graham Greene)
– Thalassa (Rafael Lorente)
– Retrato en sepia (Isabel Allende)
– La enfermedad de Sachs (Martin Winckler)
Espero que disfruten con algunas de estas “prescripciones médicas literarias“
Para finalizar les dejo con un video de Francisco Vázquez de la AECC de Sevilla sobre el programa impulsado por el voluntariado “Palabras para curar” y que versa de lo que aquí hemos comentado: