Cartas a Dios cuenta la historia de Óscar (el espectacular debut y frescura en la gran pantalla de Amir), un niño de 10 años afecto de leucemia(creo que es la enfermedad más cinematografiada) que permanece ingresado en un peculiar hospital infantil, capitaneado por el Dr. Düsseldorf (siempre brillante Max Von Sydow). En este hospital conviven niños con distintas dolencias: aparte de niños con cáncer, también hay una niña con síndrome de Down (esa cariñosa niña que siempre solicita un beso), otro con macrocefalia por hidrocefalia (Eisntein, un amante del ajedrez), otro afecto de obesidad mórbida (Palomitas, a quien se le describe como “98 kilos, 9 años, 1 metro 10 de alto por 1 metro 10 de ancho”), una niña con la tez azul afecta de una cardiopatía congénita llamada tetralogía de Fallot (la niña Peggy, su novia, de quien dice Oscar que tiene “la enfermedad azul y espera una operación del corazón que la vuelva rosa”), y otros más.
A Oscar, en su enfermedad, le duele más la conspiración del silencio de sus padres que su cáncer terminal, pues no son capaces de tratarle con normalidad y decirle la verdad. Se advierte el gran muro que se levanta en la ocultación de la información a un menor. Casualmente se cruza en su vida Rose (magnífica Michelle Laroque, uno de los personajes más sorprendentes y bellos que se hayan visto en mucho tiempo), una brusca y antipática repartidora de pizzas, cuya pequeña empresa se llama Pinky Pizzas. Tras ese encuentro, Oscar pide que la “señora de rosa” venga a verle. Ella no quiere y su inicial motivación es su negocio. Entre ellos se establece una relación magnética, entre fantástica y espiritual. Rose propone a Oscar que viva los próximos 12 días (del 20 de diciembre al final de año) como si cada uno contase 10 años: será la manera de aprovechar intensamente una vida que se marchita, de enamorarse y de comprometerse, de revivir la inocencia de la niñez y las tribulaciones de la adolescencia, la brillantez de la década de los veinte o los crisis de los cuarenta, hasta llegar a los achaques de la ancianidad. Todo ello con simpáticos diálogos que surgen entre ese niño-adulto y esa madre-amiga adoptada, intercalando sorprendentes escenas oníricas en el ring de luchadoras de pressing catch, así como los diálogos vibrantes entre Oscar y Rose (algunos diálogos de alto valor espiritual, con profundidad y con amor):
Rose será quien le sugiera a Oscar que le escriba cartas a Dios pidiéndole un favor cada día, pero favores de tipo inmaterial. Con esta trama, Éric-Emmanuel Schmitt trata de esquivar el sentimentalismo instalándose en el realismo mágico, y tratar el dolor por la pérdida inevitable de la vida de un niño con una gran dosis de fantasía e imaginación. Cartas a Dios se convierte en melodrama filosófico-existencial, un canto a la esperanza para los que sufren, desmitificando el tema de la muerte, dándole una perspectiva más trascendental y menos materialista. Cartas a Dios añade una fotografía de colores luminosos y una magnífica banda sonora que trasmite serenidad y ensoñación, con escapadas de la imaginación para ver plantear, con otros ojos de emoción, el cáncer infantil.
Con tu comentario has conseguido que quiera ver la película y compartir la experiencia!!
Te va a encantar Mª José. Es muy recomendable para cualquier médico y además el tema está tratado con una sensibilidad exquisita y fuera de lo común que la hacen única. Ya me contarás!! Un abrazo!!