Percatarse de las pequeñas cosas en la vorágine de una vida cotidiana, sin grandes sobresaltos puede ser una tarea imperceptible. Cosas simples como salir a la calle, sentir el aire en la cara, pasear, ver el mar o un paisaje nevado, contemplar una flor o una sonrisa, tomar un café y hablar distendidamente con un amigo pueden resultar pequeños milagros de la vida para muchas personas.
Es habitual oir que no valoramos las pequeñas cosas hasta que las perdemos: la pérdida de autonomía personal por accidente o enfermedad, la ruptura o pérdida de un amigo o un ser querido, la pérdida del hogar por el motivo que sea, etc. En el momento que un hecho de estas características te sucede, tu vida se transforma, la perpectiva cambia, gira y las cosas que considerabas importantes cuando estabas bien, se convierten en irrelevantes. Es entonces cuando aparece la magia de las pequeñas cosas.
Hace pocos días me enviaron este video experimental de Dulcineastudios para la AECC. Se escogieron un grupo de personas jóvenes y sanas de la calle y las sentaron al lado de jóvenes con cáncer o sus familiares. Ellos no podían verse entre ellos, se encontraban separados por un biombo. Se les planteó a ambos la misma pregunta: ¿Qué os hace felices? ¿Si pudieras pedir un deseo, cuál sería? La diferencia como pueden comprobar no deja indiferente al espectador que llega a sobrecogerse de emoción al escucharlos.
Al final reflexionas y aprendes a darte cuenta que lo pequeño es siempre lo más importante. Eso es lo que vale verdaderamente la pena: las cosas diminutas que causan emociones gigantescas.
Oigamos las voces de estos jóvenes con cáncer y sus familiares, sus respuestas nos hará cambiar el prisma con que miramos la vida.