La irrupción con fuerza de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en el siglo XXI ha hecho que nuestra realidad cotidiana cambie de una forma vertiginosa y empiecen a surgir con ellos cambios de algunos paradigmas en muchos ámbitos, incluyendo la Sanidad. Nuevas herramientas que no sólo se quedan en un género nuevo de comunicación, sino que nos ayudan a generar autoaprendizaje y empoderamiento.
Somos todavía relativamente pocos los que las utilizamos y las integramos de forma natural e intuitiva en nuestro día a día como complemento necesario a nuestro trabajo como médicos, enfermeras o técnicos. Creemos en su potencial y las empleamos también para opinar de forma libre y personal, tratando de hacer una sana autocrítica de cómo están las cosas en el entorno sanitario. Muchos de esos profesionales involucrados en este mundo de internet, blogs y redes sociales sufrimos (me incluyo, claro está) en alguna ocasión alguna que otra amenaza por las declaraciones publicadas.
Desde que se inició la crisis económica nuestro sistema sanitario no ha dejado de mostrar síntomas de que está enfermo y ya hay muchos elementos que no funcionan correctamente: precariedad en la contratación laboral, sueldos a la baja o congelados, falta de personal, amortización de plazas por jubilación, listas de espera, saturación o “burn out”, hostigamiento institucional o laboral, desmotivación, medicina defensiva, etc. Muchos son los ejemplos de compañeros que se han lanzado con valentía a denunciar determinadas situaciones que resultaban injustas, desde el derecho a la libertad de expresión y bajo el inequívoco prisma personal.
Sin embargo parece ser que escribir, opinar o hacer autocrítica, aunque sea sin injuriar ni revelar nombres se ha convertido en un ejercicio de alto riesgo. Este es el caso de una conocida compañera, la Dra Mónica Lalanda, médico, ilustradora gráfica y gran defensora de la bioética a la que le han abierto lo que denomino un “expediente X” en su propio colegio profesional por declaraciones hechas desde su blog “Médico a cuadros” donde denunciaba en verano de 2016 su personal e insostenible situación como médico de Urgencias que le había llevado a decidir a renunciar a su trabajo. Su relato es duro y pienso que no tuvo que ser nada fácil tomar una decisión así.
Puedo fácilmente imaginar y entender esa situación de desazón y desamparo en esos momentos intentando buscar un punto de partida para autoreconstruirse y tirar hacia delante porque ella también tiene “una vida” y una familia. Me consta que ella ama profundamente su profesión, pues como muchos de los médicos no queremos ser otra cosa y eso añade más dolor a la renuncia voluntaria de su trabajo. Pero lejos de dejar que las aguas vuelvan a su cauce y permitir que sea la propia Mónica quién encuentre los asideros para buscar una salida digna, se echa leña al fuego sobre el árbol caído y se le envía el día de reyes “carbón” a toneladas en forma de un “expediente X”.
Nuestra profesión desafortunadamente sabemos que adolece de muchos problemas y el clima laboral en los hospitales deja mucho que desear en demasiadas ocasiones. Quizá escoger para estudiar Medicina a personas con un brillante expediente académico, pero sin valorar la presencia en ellas de otras habilidades sociales como la empatía, la comunicación o el compañerismo nos han convertido, muy a nuestro pesar, en lo que somos. También, sin darnos cuenta, el propio sistema propicia una competitividad entre nosotros mal entendida: números clausus, expediente académico, MIR, OPEs, etc. dejando poco hueco para ese necesario trabajo en equipo. Nos hemos pasado media vida compitiendo entre nosotros y una vez estamos en el entramado de un hospital nos resulta tremendamente complicado dejar de hacerlo y arrimar el hombro. Simplemente no hemos sido nunca entrenados para ello.
Con este panorama en no pocas ocasiones muchos de nosotros hemos tenido la sensación de “sobrevivir” a un medio que se nos hace tremendamente hostil. Tras el amargo trance de vivir situaciones difíciles, hacemos de tripas corazón para poder cumplir con nuestro trabajo como médicos al servicio de pacientes, pues ellos precisan de todo nuestro apoyo y comprensión. Muchas veces me pregunto ¿cuándo somos los médicos los que estamos muy mal, quién nos ayuda y cómo podemos en estas circunstancias seguir adelante sin que ello no repercuta en nuestra labor asistencial y en la vida cotidiana? ¿Debemos seguir sufriendo en silencio estas situaciones? ¿No desearíamos recuperar en todos nuestros hospitales un clima laboral más digno, más respetuoso y emocionalmente más inteligente para poder ofrecer, aunque sea una pura utopía, lo mejor de nosotros mismos? Ahí lo dejo.
Te mando mucho ánimo y que la fuerza te acompañe Mónica. Como se dice en expediente X, la verdad está ahí fuera.