Querido Felipe:
Apenas quedan ya días de verano en Burgos. Las nubes, el aire y el color de algunas de las hojas de los árboles presagian un anticipo del otoño. Ya empezamos a notar ese fresco mañanero en las mejillas, ese que acaba colándose bajo la ropa, invitando a ponernos esa chaquetilla a la que tanto e inútilmente me resisto.
He recibido un mensaje. Pocas palabras han servido para indicarme tu partida en ese último viaje. Hace días que mi cabeza se preguntaba por ti. Igual mi pobre inconsciente presentía lo que mi idiota consciente no acaba de admitir, pues retazos de recuerdos saltan sin querer como queriendo rescatar un álbum con un puñado de fotos mentales. Te has ido demasiado rápido, demasiado pronto…
Atrás quedan esos saludos mañaneros a la puerta del colegio donde con más sueño que vergüenza, dejábamos a nuestra prole. O esas charlas informales en la cafetería cuando coincidíamos a la hora de comer los días de guardia. O el trabajo de tus pesquisas en la Comisión, o el intercambio de impresiones sobre pacientes compartidas.
Septiembre me ha robado a un colega de profesión ejemplar, un buen compañero, un médico del que las pacientes hablaban siempre con cariño y gratitud, de esos de los de quitarse el sombrero. Cirujano impecable y obstetra en días de guardia. Y sobretodo has sido una buena y gran persona. Siempre has sabido ser y estar a la altura de las circunstancias. La misma enfermedad con la que nos enfrentábamos con nuestras pacientes comunes decidió caprichosamente bailar mal contigo.
Me deshago en elogios porque los mereces. De corazón te lo digo. Admiraré siempre tu entereza, esa tímida, tierna y sincera sonrisa que te acompañaba, el afecto con el que nos tratabas y ese tesón ante la adversidad que tan injustamente se te abalanzaba. En mi último recuerdo queda una espléndida sonrisa con ojos derretidos por emotivas y contenidas lágrimas, a las que llegamos al pacto de darles permiso salir a su libre albedrío. Había mucha humanidad, generosidad, afecto y belleza infinita en aquel gesto divino.
Sé que mis torpes palabras poco consuelo pueden dar a los tuyos. Te vamos a echar mucho de menos Felipe. Solo puedo darte las gracias por ser como has sido, por los momentos buenos que nos has regalado. Eso quedará en nuestra memoria siempre y nadie puede robárnoslos. Gracias por tu profesionalidad, por tu confianza y por tu inmenso cariño, siempre afable y cercano. Tu recuerdo deja una huella imborrable en todos los que te hemos conocido y te deseo (aunque sea tonto el decirlo) lo mejor allá donde estés.
Hasta siempre.
Canción: “The show must go on” (Freddy Mercury)