Querido amigo:
La naturaleza con sus cambios estacionales era una de tus pasiones, junto al dibujo, el arte o los paseos en bicicleta. Revisando estos días tus mensajes me encontré con esta instantánea de los cerezos en flor, majestuosos y llenos de su propio esplendor primaveral, invitándome así a acercarme en esa época del año al Valle de las Caderechas para disfrutar de ese sublime despertar. Queda así apuntado en mi libreta de visitas pendientes y te aseguro que cuando los vea, me acordaré con cariño de ti.
Ahora, un retrato mío dibujado por ti preside mi despacho. Hace una semana que partiste y ese dibujo se ha convertido en algo más que un simple retrato. Tenerle ahí significa que tu recuerdo sigue vivo aunque ya no estés, representando un digno homenaje a tu figura. Cada vez que me pregunte alguien por él te recordaré con una cálida sonrisa.
A lo largo de estos años que nos ha tocado convivir con la enfermedad hemos andado una montaña rusa de emociones y reencuentros. Aún así, en los momentos en los que la angustia se instalaba en tu cuerpo, he admirado profundamente tu fuerza y ganas de avanzar pese a la adversidad.
No es fácil ser paciente y médico. Tampoco lo es para el que porta la bata blanca y le toca hacer el papel de oncólogo de un compañero. Puede resultar extraño, pero quizás desde este lado me siento reflejada en un espejo de vulnerabilidad que muchas veces inconscientemente no deseo contemplar. Supiste ser y estar a la altura de las circunstancias. Siempre me demostraste tu confianza y cercanía. Nunca salió una mala palabra de tu boca aunque procediera, ni siquiera cuando los renglones se escribían empecinadamente torcidos.
Tu entrañable familia ha estado contigo acompañándote en este viaje final. Celebro que te hayas despedido bien y rodeado del cariño de los tuyos en todo momento. Ellos me han demostrado su gratitud. Sólo puedo decir que traté de hacer las cosas lo mejor que supe. Quizá sea yo quien tiene que darte a ti las gracias por la entereza, el afecto y respeto que siempre me has demostrado.
Soy incapaz de olvidar ese gesto de alegría al verme durante tu ingreso, tus apretones de mano y tus abrazos. Esos son auténticos regalos que he tenido el privilegio de recibir de ti. Te aseguro que no los olvidaré, al igual que esos sublimes cerezos en flor de Las Caderechas.
Hasta siempre. Un abrazo.
Muy respetada y admirada colega: Siempre me emocionan sus comentarios, y le aseguro que su actitud es un estímulo continuo para mi ejercicio de nuestra querida profesión. Un muy cordial saludo.
Gracias por tus palabras de cariño. Siempre son bienvenidas. Un abrazo.
Han pasado ocho meses, pero podrían pasar ocho años sin olvidar un ápice la sensación de amparo y cuidado que nos proporcionaste a todos y fundamentalmente a él. Con tu esfuerzo, tu implicación, con tu presencia, con tus palabras y con tus silencios. Gracias por hacer de tu trabajo mucho más que un acto médico. Gracias de todo corazón
Querida Diana: Gracias a vosotros y a él por la lección de humanidad, acompañamiento y compasión que me distéis. Soy yo quién debe daros las gracias. Un abrazo.