Querido F:
Te escribo ocho años después de tu partida, desde un mundo extraño, inimaginable tan sólo hace unos meses. Los besos, los abrazos y las reuniones familiares, eso tan nuestro, se nos ha arrebatado por culpa de un mal bicho cuyo nombre empieza por “C”. Le llaman coronavirus. Ataca, en algunos casos con voracidad inusitada nuestros pulmones, dejándonos sin aliento. Sin aliento a los enfermos que han yacido en el hospital y a los que hemos trabajado en los centros sanitarios, porque nos enfrentábamos ante algo desconocido, invisible y desconcertante.
Tras haber superado el primer capítulo de esta epidemia, todos y hasta el famoso Hércules que aguanta las dos columnas de nuestro querido Estrecho de Gibraltar, nos hemos tenido que ataviar con una mascarilla para tratar de evitar males mayores. Esta extraña realidad nos ha hecho entender la fragilidad y vulnerabilidad del ser humano tan dado a creerse el más poderoso e inteligente del planeta Tierra.
Lo vivido en estos últimos meses me han hecho recordar el paralelismo que esta enfermedad ha tenido con la que te mandó de viaje a otra dimensión y cuyo nombre, curiosamente, empieza también por “C”, el cáncer. La imagen de saberte sin aliento entonces, respirando a través de una mascarilla de oxígeno y finalmente recurriendo a la intubación e ingreso en UCI se ha hecho recurrente a través de los pacientes que venían sin parar a nuestros hospitales entre marzo y abril de este 2020. Muchos me recordaron como tú estuviste hace ya ocho años.
Lo más difícil de este agotador capítulo, no ha sido trabajar incansablemente por mantener la alerta y la asepsia en todo momento. Lo verdaderamente difícil ha sido palpar, tanto la vida como la muerte, en una rueda de soledad cruel y desgarradora que me ha dado mucho qué pensar. Al menos tú, tuviste la fortuna de estar en esos momentos, rodeado de tus seres queridos. Recordarás que la última cara que viste antes de tu partida, fue la de un ángel conocido y del que sin duda, te sentías orgulloso. He visto con intenso pesar, apagarse almas enteras sin el calor y la compañía de los suyos. Algunos de nosotros hemos tenido que tragar muchas lágrimas y hacer de mensajeros o acompañantes anónimos de esa soledad acérrima. He de confesarte que he temido que a alguien cercano le ocurriese lo mismo.
Me encuentro ahora cogiendo el aire a bocanadas, con muchas ganas, recobrando fuerzas para seguir estando a la altura de las circunstancias. Hemos tenido un respiro, pero la realidad del mal bicho se impone y sigue escribiendo nuevos capítulos. Conservo la esperanza de que nos pille más preparados y con una mayor dosis de humildad y humanidad para seguir adelante. Te prometo que trabajaré por ello.
Sigues vivo en mi recuerdo con toda su luz. Agradezco cada día que el camino nos encontrara en distintas etapas de nuestra vida. Contigo aprendí muchas de las cosas buenas que aún conservo en mi mochila y que de vez en cuando saco porque me ayudan a tirar hacia delante, me das fuerza para seguir escribiendo. Reconozco que se te echa mucho de menos, pero desde dónde sea que estés, quiero que sepas que sigues alumbrando el camino. Motivo suficiente para seguir recordándote con el mismo cariño que tú supiste dar y ofrecerte este sincero y sentido homenaje.
Te mando un fuerte abrazo.
Hola, Virginia.
Le dejé un comentario en su artículo de julio de 2018 titulado
“La silla” en donde habla de Marañón.
Le ruego lo lea.
Soy el Dr. Cesáreo Rodríguez (médico) de Rosario, Santa Fe, Argentina.
Le envío un cordial saludo.
Querido Cesáreo. Gracias por el apunte. Leído y contestado. Un cordial saludo.
Doctora Virginia leo sus letras y me transporta a sentimientos y emociones vividas, desearía tener una teleconsulta con usted porque me parece una gran maestra
Estimada Barily. Gracias por sus palabras, Le emplazo a que me escriba al correo radioncologa@gmail.com para indicarle cómo proceder. Un saludo.