Estamos inmersos ya en una segunda ola de una pandemia producida por un coronavirus llamado SARS-CoV2. Un virus que sigue azotando con fuerza a la humanidad de la mayor parte del globo terráqueo. Nos sentimos inundados de sobreinformación, normas, contranormas, restricciones y paradojas que nos resultan difíciles de comprender y asimilar. La pandemia de la enfermedad llamada COVID 19 ocupa ya la mayor parte de los paneles informativos inundándolo todo, como si no hubiera otra cosa. Y existe también una pandemia invisible y silenciosa sobre la que necesito hablar.
Esa pandemia invisible la percibo en mi quehacer diario. Veo con gran preocupación la dificultad que hay para identificar y diagnosticar correctamente todos aquellos pacientes no COVID, especialmente los pacientes oncológicos. Llegan a mi consulta pacientes con retrasos diagnósticos o terapéuticos, o bien con tratamientos estudiadamente suspendidos o no administrados. Algunos de estos pacientes han pasado verdaderos calvarios en su domicilio durante el confinamiento. Posiblemente se deba a la propia situación vivida de miedo al contagio de unos y otros. O puede ser debido a la presencia síntomas inespecíficos, pero que por su persistencia y evolución debieran haber obtenido más atención.
Nos encontramos ante un escenario de gran zozobra. Transitan mensajes que van del infantilismo al catastrofismo. No acariciamos ni si quiera objetivos realistas. Éstos nos ayudarían a caminar por territorios más sólidos y firmes, vislumbrando una meta clara a alcanzar. El virus ha puesto al descubierto la vulnerabilidad del ser humano. Tenemos grandes dificultades para manejar toda la incertidumbre generada. Necesitamos una cura de humildad.
La realidad nos ha aplastado fuertemente a todos los sanitarios. Hemos tenido que aprender a gestionar el cambio de forma abrupta, sin demasiadas concesiones. La prioridad en un primer momento ha sido contener la epidemia. A protegernos y proteger. A no contagiarnos y no contagiar. Hemos seguido las líneas de escalada o desescalada que cada momento nos ha ido dictando, también en el contexto hospitalario.
En Oncología Radioterápica tenemos integrados tres grandes conceptos básicos de radioprotección: Distancia, tiempo y blindaje. En la pandemia de coronavirus tenemos que integrar esos mismos conceptos adaptados. Debemos mostrar cierto distanciamiento físico con los pacientes, acortar los tiempos de exposición a ellos y blindarnos con mascarillas, pantallas, gafas o material de protección según la situación lo requiera. A ello hay que sumar la desinfección y la ventilación de las estancias cerradas.
Sé que es fácil hablar a “toro pasado”. La pandemia por COVID19 ha sometido al sistema sanitario de nuestro país a un test de estrés sin precedentes. Ello ha puesto así de manifiesto un gran número de carencias, de tremendas lagunas y grietas que apuntalar. Pensábamos que teníamos (posiblemente desacertadamente) el mejor sistema sanitario del mundo. Toca reflexionar, hacer balance y mejorar todo aquello que sea mejorable.
Se habla de una reducción diagnóstica de cáncer del 25%. Esto significa que en unos meses esos casos saldrán a la luz: tumores detectados en estadios más avanzados, oleada de casos acumulados en espera a ser operados, de recibir quimio o radioterapia o cualquiera de sus distintas secuencias. Algunos incluso no llegarán a nuestras consultas y se sumarán por desgracia a ese difícil grueso de digerir: el exceso de mortalidad esperada.
A toda esta problemática hay que sumarle los daños que en materia de humanización por desgracia se han perdido. El coronavirus no debe ser la excusa perfecta para ejercer una violencia bioética que hasta la fecha no se había vivido de una forma tan tozuda e incluso “justificada”. Las circunstancias especiales que nos rodean de aislamiento, soledad y falta de contacto físico se han de ver reforzadas por otras medidas que potencien nuestro lado más humano.
Ningún paciente debería morir en soledad. Ni en su domicilio, ni en una institución socio-sanitaria, ni en la cama de un hospital. No, no y cien mil veces no. Se ha de flexibilizar el aislamiento en estos casos. Si hace falta, se le pone al familiar el correspondiente equipo de protección individual para que le pueda acompañar en ese trance, favoreciendo una sana despedida y un duelo en condiciones. Como alternativa se puede buscar la manera, por medios telemáticos, de propiciar ese contacto con los suyos.
La Telemedicina puede ejercerse con humanidad, también en Oncología. Lo importante es saber cuándo la podemos emplear y cuándo no. No es un sustituto de la medicina presencial, sino un complemento. Bien empleado puede ser un aliado para descongestionar salas de espera. Urgen medidas para dotarla de medios adecuados que permitan la telepresencia y de una regulación para que pueda ejercerse con las mismas garantías que una consulta presencial.
La Telemedicina puede abrir una vía de alivio en situaciones críticas. Los sanitarios en situación de cuarentena preventiva y que quieran seguir trabajando lo podrían hacer si existiera un marco legal que lo amparase. Hay mucho camino que recorrer para mejorar la digitalización de nuestros hospitales públicos. También hay que hacer un esfuerzo en eliminar barreras propias de la brecha digital. Conviene también alfabetizar digitalmente a la población con estrategias sencillas y prácticas. La Educación para la Salud y la pedagogía en este ámbito son asimismo necesarias.
Soy partidaria de que los pacientes oncológicos vengan acompañados a sus consultas presenciales. Esto es especialmente importante en una primera consulta y también en los servicios de Urgencias. Muchos pacientes son mayores y dependientes, otros se encuentran bloqueados. En el caso de menores o adolescentes es recomendable que estén acompañados de sus padres. El paciente oncológico experimenta un estado de máxima vulnerabilidad. Acudir a la consulta acompañado facilita su proceso diagnóstico-terapéutico.
Tampoco cabe olvidarse de nosotros mismos, los profesionales. Esta situación nos ha puesto también a prueba nuestra resistencia. Acusamos muchos de nosotros el sobreesfuerzo. Hemos tenido que trabajar en medio de una pandemia con muchas bajas de compañeros en el camino. El desgaste empieza a hacer mella. Psicológicamente es complicado mantener el ánimo a un nivel óptimo. Atrás quedaron ya los aplausos. Ahora, casi sin tregua, se nos exigen nuevos sacrificios y nuevos desafíos. Nosotros también sufrimos soledad, incomprensión y dolor. No somos ajenos a ello y debería potenciarse nuestro bienestar emocional con herramientas adecuadas, como la compasión. Para cuidar debemos cuidarnos nosotros también.
De esta pandemia invisible se va a hablar durante la próxima semana en la XV edición del Congreso del Grupo de Pacientes con Cáncer (GEPAC) .(Puedes inscribirte aquí). Está claro que el paciente oncológico se enfrenta en esta pandemia a muchas incógnitas:
- La incertidumbre de no saber qué le puede ocurrir en el contexto epidémico de la infección por COVID19.
- Las complicaciones que pueden surgir debido a su estado inmunocomprometido si contrae la infección por COVID19 durante su tratamiento oncológico.
- Problemas de acceso a pruebas diagnósticas, consultas a médicos especialistas, retrasos o suspensiones de tratamientos.
Es importante visibilizar toda esta problemática, esta pandemia invisible. Todos los pacientes merecen ser escuchados y atendidos. Ni que decir cabe que no sólo tenemos la responsabilidad de cortar la cadena de contagios, también de no generar situaciones que puedan llevar al colapso y a la falta de atención de otras patologías como las enfermedades oncológicas. Me duele que se produzcan situaciones lamentables como la de esta mujer burgalesa que no pudo llegar a tiempo para ser tratada de una dolencia oncológica. Debemos redoblar esfuerzos y estar preparados.
Os dejo con este video sobre cómo afrontar el cáncer en tiempos de pandemia.
https://www.helpingcancer.tv/video/la-pandemia-de-la-covid-19-y-pacientes-de-cancer/