Patricia entró en la consulta cabizbaja. Presagiaba ser una de esas consultas sagradas en las que las palabras sobran y la sola presencia sirve de consuelo. Antes de comenzar me había ya preparado mentalmente. Había leído fragmentos de la historia clínica de Patricia. En ellos se dejaba patente el drama de la pandemia, dejando en un segundo plano su cáncer de mama. Me puse en modo “contágiame”.
En Noviembre de 2020 la COVID19 azotó con fuerza a Burgos. Llegamos a tener ingresados a poco más de 300 pacientes y con una UCI a rebosar con esa patología en un hospital que cuenta con 744 camas. El puñetero virus, a pesar de haber cumplido con todas las medidas de protección, llegó incluso a mi propio hogar. Esa situación obligó a recluirme en casa durante dos cuarentenas secuenciales. Dolorosamente tuve que dejar el hospital en un momento crítico. Cuidar de mis hijas, ventilar, desinfectar, portar una FFP2 y aislarme dentro de mi propia casa pasaron a ser una prioridad. Milagrosamente no me contagié del virus, pero si me contagié de incertidumbre, de rabia y hasta de una cierta sensación de tristeza.
Esa tristeza multiplicada por cien estaba reflejada en la cara de Patricia bajo su mascarilla quirúrgica. Tras preguntarle cómo se encontraba, fue inevitable que rompiera a llorar y me relatara el drama personal y familiar que estaba atravesando. Su hermana Marian era enfermera y también paciente mía. Ella se contagió también en Noviembre y de forma asintomática a través de un paciente de la consulta. Días después de una frugal visita, varios miembros de su familia empezaron a enfermar. Patricia requirió ingreso en el hospital y soporte respiratorio. Su padre, un hombre sano, empeoró rápidamente y se marchó de este mundo en menos de cinco días.
Entre lágrimas y sollozos me relataba Patricia la situación sin consuelo. Me contaba que su madre en un principio tuvo sensación de irrealidad, no había podido ver a su compañero de fatigas en el hospital, no se había podido despedir en condiciones. No era capaz de procesar un duelo. Fue condenada a un deterioro físico y moral difícil de revertir. El resto de la familia se recomponía como podía, entre sentimientos de culpa y un dolor inconmensurable. Confieso que me sentí conmovida y lo único que se me ocurría hacer era escucharla con los oidos muy abiertos.
Evidentemente, el cáncer pasó a segundo plano, aunque fuera el motivo de la consulta. Los análisis de Patricia y sus pruebas complementarias estaban bien. La exploré cuidadosamente. Estaba todo en orden. Aproveché la exploración física para mostrarle mi cercanía y afecto en esas circunstancias. Intuyo que en algo pude y le mandé un fuerte abrazo para su hermana.
Al acabar la emplacé a una nueva cita en unos meses. Aguanté el tipo como pude y al acabar pensé en todas aquellas familias que como Patricia habían perdido a un ser querido sin tener la oportunidad de despedirse ni de elaborar un duelo sano.
Creo que normalizar lo que no es normal es tremendamente peligroso. Escuchar las noticias todos los días con el número de contagiados por SARS CoV2 y número de fallecidos nos anestesia el alma hasta límites insospechados. Para ponernos en situación y dimensionar el drama actual, pasaría por pensar qué pasaría si cada día hubiese uno o varios accidentes de avión o varios 11M. Me pregunto todavía qué estamos haciendo mal para que muchos sigan sin entender o querer ver esta triste realidad.
Contágiame. Si, tú que me estás leyendo. Contágiame de esperanza, de humanidad, de humildad, de compasión. De ideas constructivas, de cómo conseguir que entendamos que esto no puede seguir así día tras día. Contágiame de la alegría perdida, de los abrazos y besos guardados, del cariño que necesitamos y de todo aquello que nos haga crecer.
Relato desgarrador con una llamada humanista y esperanzadora final al más puro estilo @roentgen66. Gracias
Gracias Jose Antonio por tus palabras. Un abrazo.
Comparto toda y cada una de esas palabras. Dolorosamente mi historia es muy parecida. Me contagié hace ahora 1 año cuando no sabíamos nada. Sufrí el confinamiento. Intenté ayudar como rasteador desde el minuto uno, pero nadie lo vio necesario. Meses después estoy en el dique seco. Sin hacer nada solo podía dar apoyo en redes y tener los oídos abiertos para escuchar a quien quisiera contar. Gracias por compartir Virginia. Te sigo 🙏🏾
Gracias Francis por tu testimonio. Un abrazo.
Virginia, precioso!!
Me has llegado muy dentro. Cuantas historias tristes de la pandemia, con la pandemia y además de la pandemia. Sigue escribiendo. Lo haces muy bien y llegas muy adentro.
Gracias Pilita. Un abrazo.
Verdaderamente escalofriante relato y cuantos más se han podido palpar.
Gracias Dra. Ruiz por la ayuda que está prestando llena de esa humanidad que la caracteriza.
No deje de seguir escribiendo.
Gracias Maria José por su generoso comentario. Un abrazo.
Hay muchos dramas personales fuertes, que surgieron por el covid, ojalá nos ayude a ser más fuertes.
Estimada Rosana: Gracias por tu comentario. Lamento opinar que no creo que la pandemia nos haya hecho más fuertes, sino posiblemente todo lo contrario: hay peor salud mental, las relaciones sociales se han deteriorado y el sentimiento de soledad no deseada en los mayores ha sido francamente terrible. Podríamos haber aprovechado para valorar más lo cotidiano y ser más conscientes de la levedad de la vida. Saludos.