Oscar es un niño de diez años que está ingresado de forma prolongada en un hospital infantil por una leucemia. Ni sus padres ni los médicos se atreven a decirle la verdad sobre su enfermedad. Sólo Rose, la repartidora de pizzas vestida completamente de rosa fucsia, es capaz de ganarse su confianza y entretenerlo. Un día, le propone un juego: imaginar que cada día que pasa equivalen a diez años de vida, de modo que en unos días, Oscar alcanzaría una vida de 120 años. Además, para conseguir que el niño hable de sí mismo, le anima a escribirle a Dios. Él comenta que no sabe su dirección, así que Rose le propone enviarlas en un globo de helio hacia el cielo. En sus cartas, Oscar confiesa sus alegrías y sus penas, sus miedos, su primer amor, sus sensaciones ante el paso del tiempo. Así, entre Oscar y Rose se va fraguando una amistad muy particular.
Cartas a Dios (Éric-Emmanuel Schmitt, 2009) se basa en la adaptación del best-seller “Oscar et la dame de rose”, escrita por el mismo director en 2002 y que recibió el Hamburger Prize de la Academia de Medicina en Francia y se constituye en un libro de obligada lectura para aquellos profesionales que deban tratar con pacientes. De la pluma de este autor han salido obras como “Monsieur Ibrahim et les fleurs du Coran” llevada cine en 2003 por François Dupeyron
(El señor Ibrahim y las flores del Corán) y de la dirección de este autor conocemos la obra
Odette: Una comedia sobre la felicidad (2006).
Cartas a Dios cuenta la historia de Óscar (el espectacular debut y frescura en la gran pantalla de Amir), un niño de 10 años afecto de leucemia(creo que es la enfermedad más cinematografiada) que permanece ingresado en un peculiar hospital infantil, capitaneado por el Dr. Düsseldorf (siempre brillante Max Von Sydow). En este hospital conviven niños con distintas dolencias: aparte de niños con cáncer, también hay una niña con síndrome de Down (esa cariñosa niña que siempre solicita un beso), otro con macrocefalia por hidrocefalia (Eisntein, un amante del ajedrez), otro afecto de obesidad mórbida (Palomitas, a quien se le describe como “98 kilos, 9 años, 1 metro 10 de alto por 1 metro 10 de ancho”), una niña con la tez azul afecta de una cardiopatía congénita llamada tetralogía de Fallot (la niña Peggy, su novia, de quien dice Oscar que tiene “la enfermedad azul y espera una operación del corazón que la vuelva rosa”), y otros más.
A Oscar, en su enfermedad, le duele más la conspiración del silencio de sus padres que su cáncer terminal, pues no son capaces de tratarle con normalidad y decirle la verdad. Se advierte el gran muro que se levanta en la ocultación de la información a un menor. Casualmente se cruza en su vida Rose (magnífica Michelle Laroque, uno de los personajes más sorprendentes y bellos que se hayan visto en mucho tiempo), una brusca y antipática repartidora de pizzas, cuya pequeña empresa se llama Pinky Pizzas. Tras ese encuentro, Oscar pide que la “señora de rosa” venga a verle. Ella no quiere y su inicial motivación es su negocio. Entre ellos se establece una relación magnética, entre fantástica y espiritual. Rose propone a Oscar que viva los próximos 12 días (del 20 de diciembre al final de año) como si cada uno contase 10 años: será la manera de aprovechar intensamente una vida que se marchita, de enamorarse y de comprometerse, de revivir la inocencia de la niñez y las tribulaciones de la adolescencia, la brillantez de la década de los veinte o los crisis de los cuarenta, hasta llegar a los achaques de la ancianidad. Todo ello con simpáticos diálogos que surgen entre ese niño-adulto y esa madre-amiga adoptada, intercalando sorprendentes escenas oníricas en el ring de luchadoras de pressing catch, así como los diálogos vibrantes entre Oscar y Rose (algunos diálogos de alto valor espiritual, con profundidad y con amor):
– “Por qué no me dicen que me moriré?”, dice Oscar. Y Rose le contesta:”Y para que lo quieres, si ya lo sabes”.
– Cuando cuenta los aspectos de cada día como si fuera un década diferente de la vida y llega a comentar: “Tengo 33 años, un cáncer, una mujer en el quirófano. Así que sé lo que es la vida. Tengo miedo”; o “Querido Dios, como mola la vida en pareja, sobre todo cuando te acercas a los 50 y has pasado mogollón de pruebas”.
– Las palabras de Rose son bruscas al inicio de la película, pero profundas hacia el final del largometraje: “Usted no es Dios, su trabajo es reparar, es un hombre, sólo un hombre. Así que afloje un poco Dr Düsseldorf, relaje esa tensión y no se dé tanta importancia. Si no, no podrá ser médico mucho más tiempo”; o su epílogo: “Querido Dios. Gracias por conocer a Oscar, me ha llenado de amor para todos los años que me queden por vivir”.
Rose será quien le sugiera a Oscar que le escriba cartas a Dios pidiéndole un favor cada día, pero favores de tipo inmaterial. Con esta trama, Éric-Emmanuel Schmitt trata de esquivar el sentimentalismo instalándose en el realismo mágico, y tratar el dolor por la pérdida inevitable de la vida de un niño con una gran dosis de fantasía e imaginación. Cartas a Dios se convierte en melodrama filosófico-existencial, un canto a la esperanza para los que sufren, desmitificando el tema de la muerte, dándole una perspectiva más trascendental y menos materialista. Cartas a Dios añade una fotografía de colores luminosos y una magnífica banda sonora que trasmite serenidad y ensoñación, con escapadas de la imaginación para ver plantear, con otros ojos de emoción, el cáncer infantil.