Mamá va a radioterapia

Los niños siempre nos sorprenden y nos dan auténticas lecciones de vida a los adultos en situaciones difíciles. Ellos, con su imaginación y fantasía sin límites, son capaces de ver el mundo con un prisma muy diferente al de los adultos y si intervenimos correctamente pueden vivirlo incluso de forma constructiva. La clave está en hablar de la enfermedad de forma adecuada a la edad del niño, diciendo la verdad y con un lenguaje sencillo. Se debe asimismo escuchar, comprender y respetar los sentimientos de cada niño. Los adultos tampoco debemos ocultar nuestros sentimientos y estos deben ser canalizados con el apoyo de otros adultos cercanos al niño. Conviene asimismo construir en la medida de lo posible buenos momentos que faciliten sobrellevar la adversidad que supone atravesar un cáncer.
La mamá protagonista de este post y de esta historia, nos hizo al Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Burgos un regalo “especial”, pidiéndole a sus hijos de diferentes edades, que nos hicieran un dibujo acerca del tratamiento con radioterapia que estaba recibiendo su mamá.  Es cierto que pone Radiología en lugar de Radioterapia, pues es fácil que los adultos confundan ambas especialidades médicas (espero que un día no muy lejano dejen de confundirnos). En el primer dibujo, se ve claramente un acelerador lineal pintado de amarillo y se dibuja con todo lujo de detalles al personal que de forma diaria trata a los pacientes: los técnicos de radioterapia y las enfermeras. El colorido y la expresión del personal son llamativos. La paciente (su mamá) aparece tumbada en la camilla sonriente, con un largo camisón y en actitud satisfecha. 
En este segundo dibujo (una niña de 4 años) se hace hincapié en el personal técnico, identificándolos incluso con su nombre en la parte superior y llenando de colores y exuberantes melenas a los protagonistas. 

En el tercero se dibuja un curioso y estrellado acelerador lineal de “corazones” que se colocan armoniosamente alrededor del propio acelerador y rodeando en este caso a la paciente y a todo el búnker. Una versión muy onírica pero deliciosa del cariño que perciben los niños. Actualmente tenemos estos tres dibujos en la zona de control de los aceleradores lineales, obligándonos al personal a sonreir cada vez que nos acercamos a verlos. Son preciosos ¿verdad?
Les dejo con este simpático video animado como si fuera dibujado a mano alzada por un niño, que explica de una forma sencilla qué es la Radioterapia. Espero que les guste.


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Relato de primavera: “Perla” 5/5 (1)

Gadea estaba muy ilusionada con su próximo viaje. No era un viaje cualquiera. Era el viaje que siempre había soñado hacer desde que acabó su carrera. Tan sólo le preocupaba dejar unos meses a su perra Perla al cuidado de sus familiares o amigos, pues tenía con ella una relación muy especial. Gadea la adoptó sin dudarlo y por voluntad propia, recogida de la protectora de animales. Perla era una perra preciosa, blanca y con manchas café con leche distribuidas de una forma casi geográfica que la hacían distinta y única aunque no tuviera pedigrí. Al principio, Perla se mostró recelosa con su nueva ama, pero al poco tiempo se estableció una relación muy especial entre ellas.
Gadea quería dar un nuevo sentido a su carrera como diplomada en enfermería y se había propuesto ir a una misión en un pequeño hospital de África durante tres meses. Se encontraba con ganas y en el momento apropiado para hacerlo. Lo tenía todo planeado: viaje, equipaje, el cuidado de su casa y su perra en los meses de ausencia, etc. Perla se mostraba en los últimos días muy atenta y preocupada por su ama. Parecía que se “olía” algo. Perla no sólo recibía a Gadea con entusiasmo al abrir la puerta de casa, sino que siempre que Gadea se sentaba o descansaba en el sofá o en la cama, recostaba su cabeza sobre su parte baja del vientre. Esta acción era constante, repetitiva y hasta obsesiva, hasta tal punto que Gadea la apartaba y no entendía tanta insistencia de aquel gesto. Perla volvía una y otra vez a su regazo sin querer separarse de su ama ni un instante.
Gadea empezó a encontrarse indispuesta pocos días antes de iniciar su aventura. Tenía unos fuertes dolores de regla y sangraba más de lo normal. La duración de ese malestar empezó a preocuparle y decidió consultarlo con su médico de cabecera, que de inmediato la envió al ginecólogo. En la ecografía que le realizaron se vió que algo no iba bien y le recomendaron hacerse un legrado uterino. Gadea estaba asustada, pero trataba de ser positiva y pensó que no sería nada grave. Perla seguía a su lado, intuyendo desde hacía tiempo que su ama estaba malita y que necesitaba de su ayuda.
Se realizó el legrado y tras él vino la noticia de que padecía un extraño tumor que necesitaba ser extirpado. El mundo se le vino a los pies y no paraba de preguntarse ¿por qué a mi? ¿por qué ahora que empezaba a tener la ilusión de poder ir a una misión importante para mi? ¿qué voy a hacer ahora?
La intervención se realizó sin excesivos problemas, pero dada su juventud y las características de su tumor debía someterse a quimioterapia y radioterapia complementarias, con el fin de evitar una recaída. Fue duro, pero Perla estuvo siempre ahí, animándola en los momentos bajos, obligando con la correa en su boca, empujando a Gadea como podía hacia la puerta de casa a tomar el aire, a pasear y a disfrutar con ella. 
Gadea ha acabado ya los tratamientos y se encamina hacia una lenta recuparación. Hablo con ella y me cuenta lo que Perla ha significado para ella con lágrimas en los ojos. Me dice que Perla probablemente supo su diagnóstico antes que ella, que estuvo acompañándole en todos los momentos malos del tratamiento y que gracias a ella encontró las fuerzas necesarias para seguir adelante, aún cuando su espíritu no le acompañaba. Una simbiosis perfecta, una terapia inimaginable y una historia que merecía ser contada.
Este tipo de testimonios son los que hacen que me replatee muchas cosas sobre la vida cotidiana de mis pacientes y en este caso acerca de los beneficios terapéuticos del instinto que tienen los perros. Este relato novelado está basado en una historia real. A mi se me puso la piel de gallina cuando ella me lo contaba y pensé: ¡Qué bonito! Tengo que contarlo en mi blog. 
Enlazo el relato con este video del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York. Acariciar un perro puede ser bueno para su salud. Aprenda cómo los programas de apoyo a pacientes como “Caring Canines” pueden ayudar a los pacientes. 

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Relato de verano: Querido médico de cabecera

Tú estás en Atención Primaria. Yo en un llamado Servicio Jerarquizado de Atención Especializada. Tú eres “todólogo” y yo “pocóloga”. Tú posiblemente te encuentres en primera línea de la trinchera y yo en la retaguardia. Dos realidades distintas y a veces distantes, pues nos colocan barreras enormes e insondables. Pocos puentes se construyen para que tú y yo no nos sintamos tan extraños el uno del otro, para que nuestras realidades no se encuentren tan alejadas o con determinados privilegios. Sin embargo, tú eres quien primero recibió a mi actual paciente. Gracias a tu perpicacia, a tu ojo clínico o a la insaciable insistencia del propio paciente pusiste en marcha la maquinaria diagnóstica para luego yo acabara tratándole.
Ese paciente que veo yo ahora, precisará de tus recetas, de tus partes de baja, de tu lectura de mis indescifrables informes y si todo va bien le seguirás viendo a menudo. Si las cosas se tuercen puede que necesite de tu mano para que vayas a casa a visitarle y finalmente estés en su cabecera atendiendo con dignidad sus últimos días.
Te quejas, no sin razón, de la extrema burocracia en tu profesión que te quita ya demasiado tiempo para hacer aquello que siempre quisiste hacer y que no es más que ejercer de médico. Por no hablar de la presión asistencial en época de gripe o vacaciones, porque tú ya no tienes recambio en las ausencias e igual te toca atender a cincuenta o sesenta pacientes en una mañana. Al paciente no le da tiempo a abrir la boca para contar lo que le pasa y ya se tiene que ir por la puerta. Pasar consulta sin tiempo para pensar. Agotador, insufrible, inhumano para el paciente y para el médico.

Y yo me quejo por tener que ver a 16-18 pacientes en una consulta. Parecen pocos, es verdad, pero todos mis pacientes tienen algún tipo de cáncer. Todos vienen con un cierto nivel de estrés, de preocupación, de dolor o tristeza. Yo llamo a una buena mañana cuando todos están bien y libres de enfermedad. Pero esto no siempre es así y en ocasiones te encuentras con tres o más recaídas y sientes que te falta el aliento. Acabas la consulta agotada física y mentalmente. A todo eso sumo, igual que tú los sinsabores de la burocracia, el desabastecimiento de medicamentos o las situaciones socio-laborales de los pacientes que te desbordan. Sufrimos el encorsetamiento de un sistema sanitario que no busca nuestra motivación, ni nuestro crecimiento profesional, tan sólo la consecución de las cifras de unos determinados objetivos. A veces me siento como en una cadena de producción de una fábrica, no en un hospital atendiendo enfermos. Poco se valora el mérito, la capacidad profesional o tu trato humano al paciente. Sólo cuenta que trates al mayor número de pacientes posible con toda la complejidad que tu equipamiento te permita.
Ambos pensamos y creemos saber cómo mejorarlo, pero nuestra voz apenas se escucha en quien tiene competencias para hacerlo. Se juega al divide y vencerás, construyendo muros cada vez más altos para separarnos y a ser posible incomunicarnos, a veces incluso entre los propios especialistas también. Es la excusa perfecta para quejarnos unos de los otros.

Me pregunto si algún día podríamos trabajar juntos y mano a mano para mejorar nuestras realidades. Quien sabe…
Les dejo con el tráiler de “El Médico”, la versión cinematografiada del libro homónimo del mítico Noah Gordon. Reconoce el espíritu vocacional de un médico en tiempos difíciles. Recomendable.

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Relato de verano: Llega Septiembre.

Nos encontramos ante un verano que ya agoniza y ya estamos pensando en el nuevo curso. La sensación es similar a la del año nuevo que comienza. En Septiembre también hacemos buenos propósitos: ir al gimnasio, hacer algo de dieta para bajar quilos, apuntarse a una academia para perfeccionar inglés, etc. Por mi parte, y como cada año, me enfrento a la ardua tarea de forrar libros, ordenarlos, ponerles el nombre, revisar la ropa del año anterior para ver qué aprovecho y qué desecho y pensar en las actividades extraescolares. También en esta época emergen cursos y congresos. Es una época frenética de formación. Los días ya se acortan, el rocío inunda las mañanas y empiezo a notar ese característico olor a otoño en el ambiente. Vuelvo de vacaciones con fuerzas renovadas y ganas de rellenar muchos folios en blanco. No sólo los de mi blog que estoy escribiendo ahora, sino también los que escribiré en el relato de mi propia vida.
Seguiré estando ahí intentando que los pacientes sean tratados como merecen, que no me abrume el exceso de trabajo, la burocracia o la cantidad ingente de sinsentidos que se abren a mi paso y en el de mis compañeros. En algún momento seré humana y me sentiré cansada, con ganas de que el día acabe y de tomar algo de aire. Los días, los meses y los años me pasan cada vez más deprisa. Siento la necesidad de frenarlos un poco, saborearlos, hacerlos un poco míos. A veces tengo la sensación de que el tiempo pasa por encima mío y no yo por encima del tiempo. Éste parece azotarme y no me deja ir a una marcha menor. Trato de no agobiarme por ello, a pesar de todo.
Tareas pendientes y nuevos propósitos. Septiembre.   
Video de Glen Keane: The Duet.

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Relato de verano: Modo off

Desconectar. Olvidarse del mundanal ruido. Descansar. Contemplar cómo baten las olas del mar sobre la arena de la playa o las rocas de algún acantilado. Sentir el calor del sol que dora tu piel. Estas pequeñas cosas son las que adoro poder permitirme durante unos días de vacaciones. Cambiar de lugar y perspectiva te ofrece la oportunidad de renovar fuerzas necesarias para afrontar el día a día que durante el año ya pesa y llega a veces a darte la sensación de que te aplasta. El descanso del guerrero ha llegado y me he propuesto aprovecharlo, bebérmelo entero y reconfortarme plácidamente. 
Recuerdo que de pequeña el verano se me antojaba largo, el agua del mar era mi medio natural del que no salía y la arena de la playa constituía la excusa perfecta para construir mis castillos y alguna que otra pequeña obra de arte efímera. Deboraba entonces tebeos y libros de Enid Blyton. Montaba en bicicleta por parajes en los que ahora inundan apartamentos.
Debo estar haciéndome mayor porque ahora me gusta más contemplar el mar que sumergirme en él durante horas. El agua me parece fría y la arena me gusta sentirla bajo mis pies cuando paseo sobre ella. Ahora soy yo la que veo a mis hijas dentro del agua sin descanso y son ellas las que hacen sus propios castillos de arena. La misma realidad se transforma en el tiempo y vuelve hacia ti para recordarte que un día fuiste también una niña.
Aprovecharé que me encuentro en “modo off” para coger aire, respirar profundamente, oxigenarme y avanzar. Un nuevo curso me espera y deseo afrontarlo con fuerzas renovadas. 

Les dejo con un video con bonitas panorámicas veraniegas desde donde me tomo unos días en “modo off”.

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