Relato de verano. La consulta (III)

María entró a la consulta muy nerviosa. No paraba de moverse. La doctora le formuló la pregunta habitual de cómo se encontraba. Ella contestó entre lágrimas y angustiada: “Mi hermana ha fallecido de un cáncer de mama. Al parecer llevaba años con la enfermedad y no nos dijo nunca nada a la familia, supongo que para no preocuparnos. Yo tengo su misma enfermedad. Temo que esto sea hereditario y me muera igual que ella. La angustia no me deja vivir”. La doctora le preguntó entonces si sabía de más casos en la familia. María contestó que no. Trató entonces de tranquilizarla y le explicó que el cáncer de mama es tan frecuente que puede darse el caso de que dos miembros de una misma familia lo padezcan sin que medie mutación o herencia genética alguna. Simplemente se trata de una casualidad estadística. Miró sus análisis, sus pruebas complementarias, la exploró y al finalizar le dijo que todo estaba bien. María resopló con alivio y salió de la consulta mejor que entró. La doctora pensó en lo difícil que iba a ser quitarle esa “espada de Damocles” cada vez que entrara de nuevo en su consulta. Era una situación que ella veía con demasiada frecuencia.
La última visita fue quizá la más dura. Hacía quince días que Ana había venido a su consulta rutinaria. Una alteración analítica hacía sospechar. Pero habían pasado casi cinco años del diagnóstico y la paciente estaba completamente asintomática. Deseaba equivocarse en su sospecha, pero un TAC y una gammagrafía ósea sentenciaron lo que de algún modo ya intuía: dos pequeñas lesiones hepáticas muy sugestivas de metástasis y múltiples lesiones óseas metastásicas. Explicar todo esto a una mujer de 54 años que se encontraba bien y comenzaba a olvidarse de su enfermedad no iba a ser fácil. La doctora le contó la verdad de la forma lo menos traumática posible: “La enfermedad parece haberse extendido al hígado y a los huesos. Afortunadamente las lesiones del hígado son pequeñas y las metástasis óseas suelen responder favorablemente a la terapia hormonal y a los bifosfonatos”. La remitió al Servicio de Oncología Médica para que valorasen la conveniencia o no de añadir quimioterapia. La paciente no medió casi palabra. Escuchaba asombrada y dijo entender lo explicado. La doctora interpretó que se estaba enfrentando a un nuevo impacto diagnóstico. Necesitaba digerirlo y quizá por ello parecía no expresar ninguna emoción. La doctora le deseó lo mejor y la emplazó para una nueva consulta. En ella le explicaría cómo había ido todo.
Aquel día había la consulta trajo unos cuantos desafíos. Estaba mentalmente agotada. Agradecía que la consulta hubiese concluido. Tenía otras tareas pendientes antes de marchar…
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Relato de verano. La consulta (II)

Prosiguió su consulta. En su agenda asignada disponía de quince minutos por paciente. Todo un lujo si se compara con los escasos minutos con los que dispone en una mañana un médico de familia. Puede parecer que quince minutos es un tiempo razonable, pero como verán, en muchas ocasiones se antoja corto. La agenda contemplaba, eso sí, la posibilidad de hacer un discreto receso para un café, una visita al señor Roca o lo que fuera menester. Otro lujo sin duda.
De esos quince pacientes nos detendremos en cuatro que ese día fueron especiales. Los demás para fortuna suya, eran visitas rutinarias con final feliz. Acababan siempre con la misma sentencia: sin evidencia de enfermedad. Control en 6 meses o un año.
La primera paciente que entró fue Silvia, una chica muy joven que llevaba ya tres años libre de enfermedad. Había superado un cáncer de mama. Entró en la consulta con un brillo especial en los ojos. La doctora sabía por qué, lo había leído previamente en su historial médico, pero prefería que se lo contara en primera persona la propia paciente. ¡Estaba embarazada! Traer un niño al mundo es siempre una noticia feliz, pensó la oncóloga. No estaba habituada a recibir estas noticias, ya que los tratamientos oncológicos dejan la función reproductora dañada de forma irreversible en muchos casos. Por suerte, la paciente decidió reservarse antes de la quimioterapia unos ovocitos. Así podría decidir engendrar cuando el momento le resultará propicio. Se sonrieron. Sus miradas eran de alegría y complicidad. Todo estaba en orden. A la doctora aquella paciente le alegró el día. Le deseó un feliz alumbramiento y la emplazó a volverse a ver en una nueva visita. Esperaba que esa vez pudiera ya mostrarle su bebé.
Antonio entró en la consulta cabizbajo y con una tristeza difícil de disimular en su rostro. Ella le miró extrañada, pues sus análisis para monitorizar su cáncer de próstata seguían bien. Acertó en preguntarle si había alguna novedad. Él le contestó que hacía dos meses que se había despedido para siempre de su mujer. Llevaba cuidándole con un mimo exquisito en los dos últimos años víctima de varios ictus que le habían dejado imposibilitada y sin habla. Se intuía que ella lo había sido todo para él y ahora se encontraba con un vacío terrible. Su compañera de viaje ya no estaba y aunque era consciente de que podría sobrevivirle, llegado el momento todo se le vino grande. La doctora, con mucho tacto, le dejó hablar. Aquel hombre necesitaba expresar lo que sentía. Ella le reconoció su valor en la lucha de esos años. Le dijo: quédese con ese inmenso cariño que ella se ha llevado de usted. Ha sido muy grande lo que ha sido capaz de hacer. Ahora le toca cuidarse a sí mismo. Ella le preguntó por sus hijos. Él le contestó que se sintió arropado en el momento del óbito, pero todos ellos vivían lejos de aquel pueblo castellano donde él residía y tenían que atender a sus respectivos trabajos y familias. La soledad le pesaba como una losa.

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Relato de verano. La consulta (I)

Ella se levantaba muy temprano. Le gustaba el silencio del amanecer. Tan sólo apreciaba ligeramente el murmullo de la respiración durmiente del resto de los habitantes de su casa. Desayunaba tranquila, pausadamente. Después se preparaba para el día y dejaba todo dispuesto para los que aún dormían apacibles. Se aseaba, se arreglaba, se vestía y repasaba mentalmente las tareas que le aguardaban. Se dirigía al garaje y conducía hacia el hospital escuchando música. Ésta le animaba a empezar el día. Veía asomar el sol. Al salir del coche sentía brevemente el frío de esas horas tempranas en el rostro.

Se ponía su bata blanca, el fonendo y se encaminaba hacia la consulta. Le esperaba una primera visita y 15 sucesivas. Encendía el ordenador y construía la historia clínica del primer paciente. ¡Listo!,  se decía. Mientras el paciente charlaba con la enfermera a modo de introducción, ella repasaba los nombres y las historias de los otros 15 pacientes.
Entró en la consulta el primer paciente. Estaba nervioso. Siempre vienen nerviosos. Muchos no saben bien a qué vienen. Algunos conocen su enfermedad oncológica. Otros vienen con una somera explicación de otro médico que no saben o no se atreven a saber si han entendido bien.
La doctora se presenta cordialmente y con una sonrisa. Le tantea. Le pregunta qué conoce de su enfermedad y de la Radioterapia. A él le han dicho que tiene un cáncer de próstata, pero reconoce no saber casi nada del tratamiento recomendado. Cree que le van a poner unas “corrientes” que le curarán. Eso es todo. La doctora le explica entonces por qué se le ha recomendado ese tratamiento, cómo le van a preparar y en qué consiste. Le explica los efectos secundarios esperables. Le explora con cuidado. Después le hace firmar un papel y le cita para la simulación. Se saludan, se despiden y él parece aliviado.
Ella prosigue con la consulta. Le aguardan 15 pacientes más.

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Ese tren…que es la vida 5/5 (1)

Como dice Paulo Coelho, las lágrimas son palabras que necesitan ser escritas. Esas lágrimas de entonces van a adquirir forma de escritura hoy. Hace ya la friolera de 20 años, que en mi “storytelling” se produjo un renacimiento en un 30 de Julio. Fue tras un aparatoso accidente de tráfico cuando mi familia y yo nos dirigíamos desde Barcelona a una boda de un amigo en Madrid. Sucedió en la autovía a la altura de un pueblo soriano conocido como Arcos de Jalón.

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