Cineterapia Oncológica: Truman. 2015. España-Argentina. Cesc Gay.

La película “Truman” narra un emotivo episodio de cuatro días en la vida de un enfermo aquejado de cáncer pulmonar en fase avanzada. La película se inicia con Tomás, interpretado por Javier Cámara, un profesor universitario que vive con su esposa en Toronto, la cual le empuja a reencontrarse en Madrid con su amigo de la infancia tras conocer su enfermedad. 
El enfermo es Julián, encarnado en la imponente figura e interpretación de Ricardo Darín. Julián es un consagrado actor de teatro divorciado y que vive solo con su perro “Truman”, espectador silencioso de la trama de la película. Julián tiene una compañera, Paula  (Dolores Fonzi) que actúa como mediadora entre ambos amigos. Tomás sorprende y regala a Julián una inesperada visita de cuatro días en los que ambos viven momentos tragico-cómicos que convierten a la enfermedad en un equipaje más llevadero.

Cesc Gay, director de la película, nos confiesa que comenzó a gestar la narrativa de la película en el momento que tuvo que acompañar a un ser querido durante el proceso de su enfermedad. Dice que le sirvió de terapia, como una forma de exorcizar su dolor. Comprendo a la perfección estas palabras porque los acompañantes de la enfermedad oncológica también sufren y viven una situación de vulnerabilidad a la que necesitan hacerle frente y exige un trabajo no siempre fácil. Contar esta historia con la suficiente sensibilidad, pero sin excesivo dramatismo y amargura conlleva a emplear algún elemento humorístico de contrapeso sin entrar tampoco en la frivolización de un asunto de estas características. Afortunadamente ese equilibrio de elementos tan contrapuestos se plasma en el filme. El propio director lo define como una película que “llora por dentro pero reconcilia por fuera”.

Tomás acude al encuentro de su amigo Julián con el objetivo de ayudarle, acompañarle y darle muestras de una amistad con mayúsculas. Durante la película ambos personajes crecen, traspasan la pantalla y se convierten en gigantes. Julián ha decidido no proseguir con el tratamiento y admite su condición sin ambages. Realiza con su amigo una reflexión sobre lo que ha sido su vida y de cómo quiere que acabe. En este ejercicio de introspección Julián nos regala escenas preciosas en las que sale a relucir el magnífico libro de Elisabeth Kubbler Ross “La muerte: un amanecer”, el fenómeno de la conspiración del silencio a la hora de reencontrarse fugazmente con su hijo en Amsterdam, la preparación de su propio funeral entrando en la tesitura entre el entierro o la incineración, las situaciones del qué dirán en bares o restaurantes donde se cruza con conocidos o el curioso hecho de visitar al veterinario para preguntarle cómo se adaptará su perro Truman a su muerte y buscarle unos dueños adoptivos.

Tomás se queda atónito, pensativo, observando sin palabras las diferentes reacciones de su amigo Julián al que encuentra entero y entiende que le está dando toda una lección de vida. Tanto es así que finalmente Julián opta por pedirle a Tomás que se lleve a su fiel compañero Truman con él a Canadá antes de darse el definitivo adiós. Una forma de entregarle un legado a su amigo, un perro que se ha convertido en hilo conductor durante esos cuatro días de reencuentro y despedida.

Se trata de una buena película, pero como tal también carece de algún detalle realista bajo mi prisma como médico, pues Julián no sufre ningún signo físico externo que le haga sospechar que está enfermo: no se fatiga, no tose, no tiene dolor, come bien e incluso tiene buena cara, algo que no es habitual en las fases avanzadas de la enfermedad. También me llama la atención la actitud fría del médico que le atiende al que se le interpreta con un lenguaje corporal huidizo, carente casi de empatía o diálogo y quizá demasiado ponderado, cuyo único gesto humano es ofrecer una tímida palmada en el hombro.

Truman es una película que ha sido galardonada ampliamente con cinco Premios Goya, dos Premios Feroz, dos Conchas de Plata en el Festival de San Sebastián, seis Premios Gaudí, dos Premios Cinematográficos José María Forqué, cinco Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos y un Premio Fotograma de Plata.

Truman aporta una mirada auténtica, fresca y transparente de lo que supone el afrontamiento ante la propia muerte, liberando prejuicios o miedos, cuestionando determinadas actitudes pasadas, haciéndose preguntas que no encuentran una buena respuesta, buscando finalmente ese sentido y trascendencia que todos anhelamos en ese final. Una película a todas luces recomendable.

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Cineterapia oncológica: La casa de mi vida.”Life as a House” EEUU. 2002. Irvin Winkler.

La Casa de la Vida (En inglés “Life as a House”) trata de la metáfora que se establece entre la casa y la vida de un hombre, George (interpretado por Kevin Kline) se enfrenta a un cáncer terminal y mira retrospectivamente su vida como una ruina. Por eso asumirá una misión que dará sentido a sus  últimos días: “Yo siempre me he visto como una casa… Por eso hice lo que debía hacer, construir mi vida. Construí mi casa” Su jefe le despide y después de romper todas las maquetas que  durante años había construido le dice lo siguiente: “Eres una mieda de ser humano”. El camino del derrumbamiento se intensifica en el momento que cae inconsciente en medio de la calle.
En el hospital George recibe la noticia de que padece un cáncer terminal. Allí tendrá un extraño encuentro con una enfermera (que interviene a modo de ángel) que le tocará y le mostrará su valor como persona. Este encuentro marcado por el cariño de una desconocida le anima a emprender un proyecto: Construir su casa.“Hay que tirarlo todo para empezar de nuevo desde cero.”
Al primero que va a implicar en este proyecto es a su único hijo: Sam (Hayden Chirstensen). Éste se encuentra en una situación crítica. Está insatisfecho personalmente, es dependiente de las drogas y se maquilla para ejercer la prostitución homosexual. Sam se define a sí mismo como un don nadie. La recuperación de la relación no será fácil pero él tiene un propósito: “Sólo quiero que recuerdes que construimos esta casa juntos”. Sin embargo, las heridas del joven son muy profundas: “No puedes prometerme nada, porque no eres nada”.
Poco a poco el padre encuentra el modo de comunicarse con su hijo y le contará la  historia de su vida. El alcoholismo de su padre, los malos tratos a su madre, e  incluso sus deseos no cumplidos que un día le llevaron a pensar en matar a su progenitor. No lo hizo nunca, por lo que no evitó que su padre mientras conducía borracho matara a su madre en un accidente y a otra mujer que viajaba en el otro vehículo hiriendo además gravemente a la hija pequeña de esta última. 
La reconstrucción de la casa provocará un proceso de cambio de todas las personas que rodean a George. Su ex-mujer, Robin (interpretado por Kristin Scott Thomas), irá progresivamente también implicándose en el proyecto. Del mismo modo, su punto de partida es de nuevo el fracaso: su nuevo matrimonio no funciona (“Él nunca está y cuando está no lo parece”) y se siente incapaz en dar una respuesta a la situación de Sam, su hijo mayor. Solamente los dos pequeños le dan alguna esperanza.
La cercanía entre George y su ex-mujer producirá una recuperación del amor.”¿Qué si aún te quiero? Por supuesto. De eso no tengo ninguna duda. Pero la verdad no nos hace libres, como el amor no basta, ni mucho menos, para mantener un  matrimonio”. Ella descubrirá que quiere implicarse en construir la casa. Además le recordará a George los tiempos de felicidad como cuando se sumergía en el mar llevando en brazos a Sam cuando era pequeño. Este imagen tomada en un video casero por ella misma será, en primera instancia, un icono de referencia de la felicidad perdida. Aunque ahora parece que existe la ocasión para recobrarla, sin embargo ya es, en alguna forma, demasiado tarde. Cuando conoce la enfermedad terminal de George se da cuenta que el tiempo se le acaba y decide acompañarle hasta su final. 
Hay otra serie de personajes secundarios quee también serán trasformados por el proyecto y el empeño de George. Así la joven adolescente vecina, Alyssa (Jena Malone),  asumirá la verdad de su vida y ayudará a Sam a superar sus problemas. Su madre, Colleen, sola e insatisfecha, se mostrará generosa apostando económicamente por la casa de George. El segundo marido de Robin también inicia seguirá un proceso de conversión (“Yo solo soy lo que tengo”) y será acogido por Sam: “Tenéis todo lo que necesitáis”. “Siempre son útiles un par de manos más” (contestará Sam  incorporándolo al proyecto). Incluso el chico que trafica con droga y hace de  intermediario con los chaperos  es también incorporado aunque pagará el precio con una caída fuerte. 
Todos son incorporados al proyecto de la casa de George y la escena en la que se le ve a él abrazando a cada uno será una forma significativa del proceso de reconciliación y renovación. Aquí George, que va a morir, se le perdona tomando así una final una figura redentora.

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Cineterapia oncológica: Magnolia. EEUU. 1999. Paul Thomas Anderson

Magnolia es una película que narra nueve historias aparentemente inconexas que tienen lugar en el Valle de San Fernando en Los Ángeles. Esas nueve tramas se encuentran en la recta final de la película cobrando así sentido. Así nos encontramos con un padre rico moribundo, un policía enamorado, un niño prodigio, un presentador famoso de concursos televisivos, una hija adicta a la cocaína, un gurú mediático y un enfermo terminal de cáncer de pulmón encarnado por un espectacular Jason Robards y que supone un homenaje precioso a su carrera pues moriría meses después del mismo mal que su personaje. 
El elenco de actores que interpretan a los distintos personajes son grandes figuras del firmamento cinematográfico norteamericano: Tom Cruise, Julianne Moore, Philip Baker Hall, William H Macy y el mencionado Jason Robards. Todos ellos tienen su minuto de gloria interpretativa y su protagonismo.
La idea central de la película versa sobre esa realidad actual que nos acucia: la despersonalización de las grandes ciudades, la soledad brutal y paradójica en la era de la comunicación total, los ritmos de trabajo agobiantes, las crisis sentimentales, el mundo de la drogadicción, el papel de la paternidad, el final de la vida y el perdón. 
En Magnolia, aparecen dos enfermos terminales. El primero de ellos es un presentador de concursos televisivos con una trayectoria de éxito ya entrado en años y al que se le comunica que padece cáncer en una fase avanzada. Su hija es una drogadicta a la cocaína que vive con el vértigo y la exasperación de su adicción. El padre le comunica su diagnóstico y ella parece no inmutarse. El por qué de ello se vislumbra con una confesión a su mujer de un abuso por parte de él en su infancia. La hija no le perdona y entiende que su muerte inminente no va a cambiar las cosas. 
El segundo enfermo terminal es un padre rico y poderoso que aparece postrado en la cama. Su actual mujer se casó con él por dinero. En el proceso final de la enfermedad ella sufre una transformación y se arrepiente de su deseo de la muerte de su marido. Este enfermo le pide un deseo último a su enfermero, suplicándole que encuentre a su hijo con el que hace años que no se habla. Ese hijo, magistralmente interpretado por Cruise, se había desprendido del apellido de su padre y utilizaba el de su madre. Esto ocurrió porque a la edad de catorce años su madre cayó gravemente enferma y su padre le dejó a cargo de su cuidado, muriendo a los pocos meses. El hijo acude a la cita de su padre y le recrimina que no fue justo con él ya que no estuvo a la altura de las circunstancias en lo que en aquel momento implicaba ser padre. Este hijo tampoco perdona a su padre. La escena prodigiosa del hijo desencajado en el lecho de muerte de su padre es sublime. De aquí trasciende que hay cosas que de un padre se pueden perdonar, pero hay cosas que no están en un hijo perdonarlas. 
Magnolia es sin duda una de las mejores películas del director Paul Thomas Anderson. Una película diferente y transgresora.

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Cineterapia oncológica: Innocence (Nunca me olvides), Australia y Bélgica, 2000, Paul Cox

“Innocence” es una película australiana dirigida por Paul Cox  en el que se narra una historia de amor medio siglo después de haber vivido juntos su primer amor y donde la pareja vuelve a reencontrarse. Tras tantísimo tiempo transcurrido y a pesar de todas las vueltas que sus vidas ha dado el afecto entre ambos no ha desaparecido. Él lleva treinta años viudo, ella está casada. Sin embargo, su matrimonio está falto de pasión, una pasión que ahora renace con este encuentro con quien fue el primer amor de su vida. Así, inician o retoman, tras toda una vida separados, una intensa relación que los llevará a difrutar, ahora en su ultima etapa de la madurez, de una nueva época de renacimiento y de emoción. Él padece un cáncer terminal no especificado. El cáncer se cuela como un hecho puntual argumental en la película. El protagonista decide libremente no recibir tratamento activo alguno y disfrutar de sus últimos días. 

Con el paso del tiempo la inocencia del primer amor se puede perder, pero para algunos es imposible de olvidar. Andreas Borg, (interpretado por Charles “Bud” Tingwell) es un organista y profesor de música jubilado descubre que su primer verdadero amor, Claire (Julia Blake), vive en la misma ciudad que él. Cincuenta años después de compartir una apasionada historia de amor en la Bélgica de la posguerra, Andreas decide escribirle una carta. Vacilante, Claire acepta su petición de volverse a encontrar y pronto se hará evidente que el amor que existió entre ambos no se ha marchitado. Parece que nada haya cambiado cuando inevitablemente lo ha hecho. Sabiendo que el tiempo es precioso, ambos se embarcan en una aventura descabellada, intensa y tempestuosa como la que tuvieron en su juventud. “Innocence” tiernamente nos muestra cómo cada etapa de la vida tiene su propio tipo de amor. Para Andreas y Claire, su pasión reavivada les permite vivir más plenamente el presente. Y nos recuerda : “El amor se hace más real cuanto más cerca está la hora de la muerte.”

Claire vive con su marido John (Terry Norris) en Adelaide, Australia. Ellos llevan casados 45 años, pero la intimidad ha salido de su relación y el tedio está instalado. Es por eso que ella se emociona al recibir una carta de Andreas, su primer amor de hace más de 50 años. Tuvieron una relación apasionada en Bélgica, donde él era un estudiante de música y ella era la hija de un diplomático australiano.

Cuando se reencuentran, el amor que compartieron hace tanto tiempo sigue ahí, intacto por el tiempo, el matrimonio, la familia y nietos. “Usted tiene una cepa sentimental dulce”, Le dice Claire a Andreas, cuya esposa murió hace 30 años. En una escena muy emotiva, se ve a él obligado a estar de pie junto a la tumba de su esposa, pues el cuerpo de su difunta esposa va a ser exhumado del cementerio ya que está previsto ser reemplazado por un complejo inmobiliario.

La conexión íntima entre Claire y Andreas sigue siendo fuerte y encuentran consuelo uno en los brazos del otro. Mientras, el marido de Claire se sorprende cuando ella le habla de su relación con Andreas. Después de años de dar por sentada su relación de por vida con su esposa y centrar toda su atención en sus propias necesidades, John se mueve entre las conflictivas emociones de ira, celos y remordimiento.

Claire y Andreas cosechan sus recuerdos del pasado, comparen historias y hablan de la vida, el amor y la muerte. Cuando él se encuentra hospitalizado en una batalla contra el cáncer avanzado, ella está allí para consolarlo. Monique, la hija de Andrea (Marta Dusseldorp) acepta a la amante de su padre con felicidad.

Cuenta Paul Cox que la idea surgió al ver a sus padres caminando de la mano. Habían llevado una vida dura, como muchas parejas que se sostienen durante años y ahora se marchaban juntos en paz. La película fue elogiada por la crítica y fue una de las películas más exitosas de Paul Cox. El séptimo arte nos demuestra que el amor en la “tercera edad” puede ser francamente adorable, al igual que lo hiciera en otras películas como “En el estanque dorado” o “Solas“. Es una verdadera reflexión sobre el envejecimiento consciente con grandes reservas de sensibilidad, sabiduría y creatividad. “El amor se convierte en un sendero del despertar, ese despertar del sueño de viejos patrones inconscientes, con la frescura e inmediatez de vivir más plenamente en el presente, de acuerdo con lo que realmente somos. La gran cosa acerca de envejecer es que no se pierde el resto de las edades que has estado“, recuerda la escritora Madeleine L’Engle sabiamente. Saborear la acumulación de experiencias, aventuras y recuerdos es uno de los placeres de las últimas etapas de la vida. Tenemos el placer de recordar lo que una vez fue y sigue siendo una parte de nosotros: nuestro yo más joven en toda su variedad.

Cox nos recuerda con esta hermosa película que “El cine es un regalo que te llevas a casa. Sé que Innocence es incapaz de ofender o de herir a nadie. Sólo puede enriquecer la vida. Esta película es un santuario. Esperemos que devuelva un poco de humanidad al cine”. Una espléndida película para disfrutar.

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