Relato de verano: Esa no soy yo

Sylvia entró a la consulta con unos grandes ojos azules y brillantes. Su cara era redonda y estaba enmarcada por un precioso pañuelo estampado azul marino. Apenas acababa de cumplir los treinta y su mirada aunque viva, parecía entrever una escondida tristeza envuelta en una sonrisa.
Antes de hablar con ella, la doctora se había empapado su historial clínico. Había sido diagnosticada durante la lactancia materna de su primera hija, así que ahora su niña apenas contaba con un año de edad. El bulto que ella se notaba aunque lo había consultado con su médico, no fue tenido muy en cuenta, pues posiblemente se pensaba que se trataba de un galactocele o algún problema benigno derivado de la propia lactancia. La intuición de Sylvia y el hecho de que aquel bulto no desaparecía hizo que ella insistiera a su médico de cabecera para que le derivara a un ginecólogo. En Patología Mamaria le solicitaron una ecografía y una mamografía que no fueron demasiado esclarecedoras, por lo que decidieron pinchar. Así llegó la noticia de que, efectivamente, padecía un cáncer en su mama izquierda. Sylvia abandonó la lactancia e inició la quimioterapia. Tras acabarla el tumor había disminuido de tamaño, pero a pesar de ello tuvo que hacerse una mastectomía. Fue poco después cuando Sylvia fue remitida a radioterapia.
Mientras la doctora le explicaba en su primera visita todo el tratamiento, Sylvia empezó a llorar desconsoladamente. 
– ¿He dicho algo inapropiado o que te haya molestado Sylvia?, le preguntó la doctora. 
– No, no. Siento ponerme así, pero es que esto ya se me está haciendo muy grande. Cuando me miro al espejo ya no me reconozco, le contestó Sylvia. Engordé 14 kg durante el embarazo y otros 10 kg durante la quimioterapia. Me veo gorda, sin pelo, sin pecho, con sofocos. ¿Sabe usted lo mal que me siento al no reconocerme? ¡No puede hacerse usted una idea! 
– Si, si que me hago cargo. Tiene que ser muy desagradable sentirse así, Sylvia. Si te parece bien, cuando acabes con la radioterapia te remito a un endocrino para que te paute una dieta y al cirujano plástico para que vaya explicándote qué tipo de reconstrucción pueden hacerte. Esta situación va a ser algo temporal. Recuperarás tu pelo muy pronto. Además eres una mujer joven, guapa y con una niña muy linda a la que sacar adelante. Es perfectamente comprensible que te sientas mal. Estamos aquí para ayudarte ¿de acuerdo?
– Gracias doctora, siento haberme puesto así de tonta. La verdad es que tengo pocas oportunidades para desahogarme.
– No pasa nada Sylvia.Como ves los pañuelos los tengo aquí a mano porque desgraciadamente muchos pacientes o sus familiares vienen aquí asustados y llorando. No debes avergonzarte por ello.
Tras salir Sylvia de la consulta la doctora se quedó pensando lo poco que, a veces, los profesionales valoraban los cambios en la imagen corporal que los tratamientos producían, pues en su foco sólo está la enfermedad. Se prometió a sí misma que se empeñaría en mejorar ese aspecto y darle la importancia que merecía. 

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Relato de verano. La consulta (I)

Ella se levantaba muy temprano. Le gustaba el silencio del amanecer. Tan sólo apreciaba ligeramente el murmullo de la respiración durmiente del resto de los habitantes de su casa. Desayunaba tranquila, pausadamente. Después se preparaba para el día y dejaba todo dispuesto para los que aún dormían apacibles. Se aseaba, se arreglaba, se vestía y repasaba mentalmente las tareas que le aguardaban. Se dirigía al garaje y conducía hacia el hospital escuchando música. Ésta le animaba a empezar el día. Veía asomar el sol. Al salir del coche sentía brevemente el frío de esas horas tempranas en el rostro.

Se ponía su bata blanca, el fonendo y se encaminaba hacia la consulta. Le esperaba una primera visita y 15 sucesivas. Encendía el ordenador y construía la historia clínica del primer paciente. ¡Listo!,  se decía. Mientras el paciente charlaba con la enfermera a modo de introducción, ella repasaba los nombres y las historias de los otros 15 pacientes.
Entró en la consulta el primer paciente. Estaba nervioso. Siempre vienen nerviosos. Muchos no saben bien a qué vienen. Algunos conocen su enfermedad oncológica. Otros vienen con una somera explicación de otro médico que no saben o no se atreven a saber si han entendido bien.
La doctora se presenta cordialmente y con una sonrisa. Le tantea. Le pregunta qué conoce de su enfermedad y de la Radioterapia. A él le han dicho que tiene un cáncer de próstata, pero reconoce no saber casi nada del tratamiento recomendado. Cree que le van a poner unas “corrientes” que le curarán. Eso es todo. La doctora le explica entonces por qué se le ha recomendado ese tratamiento, cómo le van a preparar y en qué consiste. Le explica los efectos secundarios esperables. Le explora con cuidado. Después le hace firmar un papel y le cita para la simulación. Se saludan, se despiden y él parece aliviado.
Ella prosigue con la consulta. Le aguardan 15 pacientes más.

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