Relato de verano: Nadie se acordará de mi 4.8/5 (5)

Jimena entro en la consulta en una silla de ruedas, con el brazo izquierdo cabestrillo y la pierna del mismo lado entablillada. Venía acompañada de su guapa y joven hija Lidia. Vino a una consulta rutinaria pues hacia poco más de un año la tratamos de un cáncer de recto localmente avanzado. Recibió radioquimioterapia neoadyuvante y cirugía radical posterior.

Jimena tenía la cara descompuesta por el dolor. Hacia pocos meses que estaba institucionalizada en una residencia asistida junto a su marido dada su situación socio-familiar y funcional. Jimena era una de esas mujeres anónimas a la que la adversidad se había enseñado con fuerza. No en vano, había sido madre diez hijos, cuatro de los cuales fallecieron. Uno de ellos a los pocos meses de nacer, otro en un accidente en extrañas circunstancias y los otros dos por autolisis. Supe después que además su marido, que aparentaba no haber roto nunca un plato por su comprensión menuda y su languidez al hablar, no había sido “ejemplar” teniendo en su haber múltiples sociopatías, que iban desde el alcoholismo a la ludopatía pasando por algún episodio violento en el seno familiar.

Como comentaba, Jimena tenía un gesto de dolor y le pregunté cómo se había lesionado. Ella me dijo que llevaba dos meses con un fuerte dolor de espalda y que notaba que las piernas le estaban empezando a fallar. En la residencia me dijo que la “obligaban” a caminar, pero ella se resistió diciendo que no tenían fuerza suficiente. En uno de esos intentos por moverse se cayó contra el suelo rompiéndose el peroné izquierdo y subluxándose el hombro del mismo lado. Acudió a Urgencias, le hicieron unas radiografías.  Le pusieron un cabestrillo, un vendaje compresivo junto a unos calmantes, ya que no conseguía dormir por el dolor.

Sospeché que algo no iba bien e intuí que tenía una posible compresión medular. Le habían hecho un TAC recientemente donde ya se veían algunas lesiones óseas sugestivas de metástasis. La exploré y objetivé que había perdido sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo y que apenas podía mover sus piernas. Decidí ingresarla para controlar el dolor y pedirle una resonancia magnética para confirmar o no mis sospechas y tratarla. La resonancia confirmo una lesión medular a nivel de la undécima vértebra dorsal y segunda lumbar. Le apliqué tratamiento corticoideo y radioterapia paliativa aunque con pocas esperanzas de que recuperara movilidad dado el tiempo transcurrido, pero por lo menos con la intención de aliviarle el dolor intenso que padecía. Y eso fue exactamente lo que pasó.

Jimena  se daba perfecta cuenta de su empeoramiento y me preguntó si iba a recuperar algo. Le dije, con todo el dolor de mi corazón que me tenía que no, pero que buscaríamos la forma para que se pudiera sentar y mantenerse o manejarse en una silla te ruedas. Ella me contestó con total serenidad que así no quería seguir viviendo, que ya había sufrido bastante en esta vida y no quería ya más. Sólo quería que “se la llevase Dios”. Entendí perfectamente su razonamiento y me limité a prometerle el mejor cuidado posible dadas sus circunstancias: eliminar el dolor, corregir un sangrado vesical es un sondaje, evitar que se ulcerara y tratar de sentarla lo antes posible.

En casi todas mis visitas a planta Jimena se encontraba sola o bien con su marido o su hija. Se quejaba de que ninguno de sus otros hijos la fueran a ver. Estaba contrariada y triste. Lamentaba la ausencia de aquellos a los que antaño ella había cuidado, disculpándolos a medias por sus trabajos y obligaciones familiares.

Cuando parecía que Jimena empezaba a aceptar su situación, no tenía dolor y estaba mucho más animada sobrevino un cuadro brusco de fiebre, dificultad respiratoria y agitación. Subí a verla y con claridad cristalina vi que posiblemente padecía una infección respiratoria después de tantos días de ingreso. Su tensión arterial hacía difícil encontrar una vía venosa de acceso. La enfermera me pidió que solicitara una vía central, pero entendí que no debía adoptar medidas extraordinarias y mientras fuera posible escogería si más no, la vía subcutánea. Le administré tratamiento de soporte con sueros, antibióticos y calmantes para que estuviera tranquila. Llamé a su hija para explicarle la situación y traté de respetar la voluntad de la paciente que me había expresado repetidamente días antes llegado este punto.

Así lo hice. Jimena se fue de este mundo a las pocas horas de su empeoramiento acompañada de su hija y su marido y sobretodo se marchó en paz y sin dolor. Puede que alguien entienda este caso como un fracaso, pero yo no lo veo así. Aliviar las últimas horas de un paciente es una tarea necesaria. Ayudar a las personas a tener un final digno y sin excesivo sufrimiento no me produce mal sabor de boca.

Me entristeció que Jimena, aún teniendo una familia numerosa, estuviera sólo con una de sus hijas a la que considero su verdadero “ángel de la guarda” y con su marido. La soledad hospitalaria franquea en demasiadas ocasiones esta etapa final de la vida, en un momento que nadie debería estarlo.

No sé si alguien se acordará de Jimena tras su marcha. Yo por si acaso la he querido homenajear para decirle que fue todo un ejemplo de fortaleza y generosidad. Descansa ya mi querida Jimena.

Video: Rolling in the Deep de Adele

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Cineterapia oncológica: Gritos y susurros (“Viskningar och rop”) Suecia. 1972. Ingman Bergman

Gritos y susurros (cuyo título original en sueco es “Viskningar och rop“) es una película dirigida por Ingmar Bergman y estrenada en 1972. La trama de la película gira en torno a los últimos días de la vida de Agnes, interpretada por Harriet Andersson  una enferma de cáncer de endometrio en fase terminal que está siendo cuidada por sus hermanas Karin (Ingrid Thulin) y María (Liv Ullman) y la sirvienta Anna (Kari Sylwan). La película obtuvo un premio Oscar a la mejor fotografía.
Maria y Karin son dos hermanas que acuden a la heredada casa familiar para acompañar a su otra hermana, Agnes, que agoniza a causa de un cáncer de endometrio (útero). Agnes ha llevado una vida sencilla, es una mujer soltera que ha vivido con sus padres a los que ha cuidado hasta su muerte. Se interesa por el arte y la religión, confesándole sus inquietudes al pastor luterano Isak (Anders Ek) y a su propio diario. Además cuenta con los cuidados de su sirvienta, Anna, una mujer que tras sufrir la muerte de su única hija, se vuelca en su fervor a Dios y desarrolla un estrecho vínculo afectivo con su ama. Las tres hermanas habían estado muy unidas durante la infancia pero han ido perdiendo el contacto y la capacidad de demostrarse cariño.

A lo largo de la película se descubren también las personalidades de María y Karin. Mientras que Karin sufre por encontrarse atrapada en un matrimonio que ella misma desprecia, Maria aparece como una mujer frívola y caprichosa también desdichada en su matrimonio, pero que no tiene inconveniente en traspasar los límites morales impuestos ni se preocupa verdaderamente por quienes la rodean.

Tras la muerte de Agnes, las otras dos hermanas se separan sin haber llegado a establecer una comunicación fructífera y despiden a Anna, a quien permiten quedarse con el diario de Agnes como compensación. En él lee una declaración de Agnes, satisfecha por los momentos de felicidad que había vivido.

Ingmar Bergman en esta película realiza un admirable trabajo visual y casi fotográfico con estupendos primeros planos de los rostros de las protagonistas con el objetivo de explorar la naturaleza de la condición humana. En esta película se explora el sufrimiento, la soledad, la esterilidad y la angustia del alma. A pesar de su temática triste consigue capturar imágenes de indescriptible belleza y  por ello es considerada una de las mejores películas de su carrera. Visualmente impacta tanto el dolor físico como emocional de sus personajes. Cada personaje tiene su propio tormento que se descubre en el transcurrir del filme.
Aunque todos los personajes en “Gritos y Susurros” tienen diferentes y muy bien delineadas personalidades, todos comparten una profunda agonía. En cierto modo, “Gritos y Susurros” es una película sobre el dolor, tanto emocional como físico. Por ejemplo, la sirvienta Anna personifica el regazo materno de forma alegórica (semejando a la Pietà de Miguel Ángel) y la muerte como un compasivo alivio al dolor que estaba sufriendo en su última y extraordinariamente hermosa escena.
El dolor físico de Agnes está en el centro de la narrativa, y la escena que muestra su insoportable dolor justo antes de su muerte es una de las más dramáticas y terroríficas representaciones del sufrimiento en la historia del cine. Maria y Karin, por otro lado, experimentan una frustrante vida de represión y horror emocional, tan atroz como la miseria física soportada por Agnes. “Gritos y Susurros” ofrece un sombrío y depresivo retrato del dolor, en tanto todos sus personajes son incapaces de encontrar alivio alguno a su dolor en la medicina o la religión. Pero esto no es ninguna sorpresa, después de todo, el fracaso de la religión en confortar un alma atormentada es un tema que domina la obra de Bergman. 
Una de las características más distintiva de “Gritos y Susurros” es su llamativa paleta de colores hecha casi exclusivamente de rojo, negro y blanco. Estos colores tienen una connotación metafórica definida para Bergman y son usados a lo largo de toda la película para respaldar la narrativa. En “Gritos y Susurros”, los colores y la fotografía parecen ser más importantes que los diálogos. El color rojo domina casi todas las escenas que se suceden en la casa sugiriendo el interior del alma y como alegoría al interior del útero (endometrio) que recordemos es el lugar donde habita el cáncer de la protagonista. El blanco es el color usualmente vinculado a la pureza de Agnes simbolizando la represión sexual. Finalmente, el negro es el color que Bergman consistentemente asocia con el clero en sus películas. Es importante notar que estos colores generalmente aparecen en dos combinaciones, ya sea rojo y blanco, o rojo y negro, creando una dicotomía visual y temática. Por lo tanto, Bergman parece sugerir como aparentemente las fuerzas opuestas afectan la condición humana, la naturaleza del alma por un lado y las represiones socio-culturales por el otro. 

Del título de la película se desprenden sonidos contrapuestos. Los gritos están relacionados con lo que nos aleja: el dolor, la angustia, la impotencia, la soledad y la culpa. En contraste, los susurros están asociados con lo que nos acerca: los sentimientos de ternura, de tolerancia, de amor y de compasión. “Gritos y Susurros” es una hermosa película que invita al espectador a pensar sobre la naturaleza de la condición humana. Para muchos espectadores, el final ambivalente de la película puede colocar a Agnes en el paraíso celestial, o bien puede sugerir la futilidad de su sacrificio. Sin duda es una auténtica obra maestra.  

Les dejo con el video de la película completa.

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Cuidados Paliativos y el respeto al dolor

Cualquier persona que se enfrenta a una enfermedad potencialmente mortal o a una enfermedad crónica debería ser tan afortunada como Catalina, una camarera de 27 años de edad en Nueva York. 

La doctora Diane E. Meier, una especialista en Cuidados Paliativos en el Centro Médico “Mount Sinai” recordó la historia de una joven paciente en un artículo publicado en 2011 en el Journal of Clinical Oncology. Catalina, que no fue identificada  para preservar su intimidad, fue diagnosticada de una leucemia y padecía importantes dolores óseos que no se aliviaban con paracetamol-codeína.

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Cineterapia oncológica: Tierras de penumbra.(Shadowlands) Reino Unido. Richard Attenborough. 1993 5/5 (1)

“Tierras de penumbra” es un largometraje británico dirigido por Richard Attenborough en 1993, de corte muy elegante y cuidado que le valió dos Premios BAFTA y dos nominaciones a los Oscar, así como otros importantes galardones y nominaciones. Ambientada en los años 50, narra parte de la biografía real de  C.S. Lewis, encarnado en el actor Anthony Hopkins, profesor de literatura en Oxford y un reputado escritor (conocido en España especialmente por ser el autor de la que luego trascendería en formato de película, Crónicas de Narnia). Él es un hombre soltero que vive con su hermano de forma casi monacal, totalmente desconectado de la realidad, encerrado en el mundo de la enseñanza y de los libros. Un día irrumpe en su vida una espontánea Joy Gresham encarnada por Debra Winger, una poetisa estadounidense divorciada y gran admiradora suya, que está de viaje por Inglaterra con su hijo Douglas y que desea fervientemente conocerlo en persona.
C.S. Lewis coge un tren tardío. Tras un tiempo de relación epistolar y con la vuelta de Joy a Londres contrae un matrimonio de conveniencia para que pueda ella obtener la nacionalidad británica. Se entabla una curiosa relación platónica por el contraste entre la personalidad de ambos. Ella es diagnosticada de un cáncer óseo que hace temer por su vida de forma inminente. Nace entonces una conmovedora de amor con mayúsculas que el propio autor en su día describió en su libro  “Una pena en observación“. C.S. Lewis decide entonces casarse en una ceremonia religiosa prácticamente “in articulo mortis“. Sin embargo, Joy mejora de forma inesperada gracias a la aplicación de un tratamiento con radioterapia, con curiosas imágenes sobre la especialidad naciente en aquel entonces y les concede un tiempo de felicidad que aprovechan en forma de un viaje a Irlanda.

Anthony Hopkins, sin ninguna duda, nos deleita con una clase magistral de interpretación sobre el dolor y el sufrimiento que queda grabada en la retina del espectador hasta mucho después de acabada la película. Hay altas dosis de emotividad, pero no deja regusto amargo, sino que nos regala ante todo el ejemplo de un gran ser humano y escritor. No dejen de verla.

“El dolor de hoy es parte de la felicidad de ayer” C.S.Lewis

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