Dolor y cáncer son dos palabras mentalmente asociadas. El dolor se manifiesta en un tercio de los pacientes que se encuentran en tratamiento activo contra el cáncer y entre un 80-90% de los pacientes en la fase final de la enfermedad, lo cual hace de este síntoma en el contexto del paciente oncológico una cuestión que no es baladí.
Relato de verano: Nadie se acordará de mi
Jimena tenía la cara descompuesta por el dolor. Hacia pocos meses que estaba institucionalizada en una residencia asistida junto a su marido dada su situación socio-familiar y funcional. Jimena era una de esas mujeres anónimas a la que la adversidad se había enseñado con fuerza. No en vano, había sido madre diez hijos, cuatro de los cuales fallecieron. Uno de ellos a los pocos meses de nacer, otro en un accidente en extrañas circunstancias y los otros dos por autolisis. Supe después que además su marido, que aparentaba no haber roto nunca un plato por su comprensión menuda y su languidez al hablar, no había sido “ejemplar” teniendo en su haber múltiples sociopatías, que iban desde el alcoholismo a la ludopatía pasando por algún episodio violento en el seno familiar.
Como comentaba, Jimena tenía un gesto de dolor y le pregunté cómo se había lesionado. Ella me dijo que llevaba dos meses con un fuerte dolor de espalda y que notaba que las piernas le estaban empezando a fallar. En la residencia me dijo que la “obligaban” a caminar, pero ella se resistió diciendo que no tenían fuerza suficiente. En uno de esos intentos por moverse se cayó contra el suelo rompiéndose el peroné izquierdo y subluxándose el hombro del mismo lado. Acudió a Urgencias, le hicieron unas radiografías. Le pusieron un cabestrillo, un vendaje compresivo junto a unos calmantes, ya que no conseguía dormir por el dolor.
Sospeché que algo no iba bien e intuí que tenía una posible compresión medular. Le habían hecho un TAC recientemente donde ya se veían algunas lesiones óseas sugestivas de metástasis. La exploré y objetivé que había perdido sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo y que apenas podía mover sus piernas. Decidí ingresarla para controlar el dolor y pedirle una resonancia magnética para confirmar o no mis sospechas y tratarla. La resonancia confirmo una lesión medular a nivel de la undécima vértebra dorsal y segunda lumbar. Le apliqué tratamiento corticoideo y radioterapia paliativa aunque con pocas esperanzas de que recuperara movilidad dado el tiempo transcurrido, pero por lo menos con la intención de aliviarle el dolor intenso que padecía. Y eso fue exactamente lo que pasó.
Jimena se daba perfecta cuenta de su empeoramiento y me preguntó si iba a recuperar algo. Le dije, con todo el dolor de mi corazón que me tenía que no, pero que buscaríamos la forma para que se pudiera sentar y mantenerse o manejarse en una silla te ruedas. Ella me contestó con total serenidad que así no quería seguir viviendo, que ya había sufrido bastante en esta vida y no quería ya más. Sólo quería que “se la llevase Dios”. Entendí perfectamente su razonamiento y me limité a prometerle el mejor cuidado posible dadas sus circunstancias: eliminar el dolor, corregir un sangrado vesical es un sondaje, evitar que se ulcerara y tratar de sentarla lo antes posible.
En casi todas mis visitas a planta Jimena se encontraba sola o bien con su marido o su hija. Se quejaba de que ninguno de sus otros hijos la fueran a ver. Estaba contrariada y triste. Lamentaba la ausencia de aquellos a los que antaño ella había cuidado, disculpándolos a medias por sus trabajos y obligaciones familiares.
Cuando parecía que Jimena empezaba a aceptar su situación, no tenía dolor y estaba mucho más animada sobrevino un cuadro brusco de fiebre, dificultad respiratoria y agitación. Subí a verla y con claridad cristalina vi que posiblemente padecía una infección respiratoria después de tantos días de ingreso. Su tensión arterial hacía difícil encontrar una vía venosa de acceso. La enfermera me pidió que solicitara una vía central, pero entendí que no debía adoptar medidas extraordinarias y mientras fuera posible escogería si más no, la vía subcutánea. Le administré tratamiento de soporte con sueros, antibióticos y calmantes para que estuviera tranquila. Llamé a su hija para explicarle la situación y traté de respetar la voluntad de la paciente que me había expresado repetidamente días antes llegado este punto.
Así lo hice. Jimena se fue de este mundo a las pocas horas de su empeoramiento acompañada de su hija y su marido y sobretodo se marchó en paz y sin dolor. Puede que alguien entienda este caso como un fracaso, pero yo no lo veo así. Aliviar las últimas horas de un paciente es una tarea necesaria. Ayudar a las personas a tener un final digno y sin excesivo sufrimiento no me produce mal sabor de boca.
Me entristeció que Jimena, aún teniendo una familia numerosa, estuviera sólo con una de sus hijas a la que considero su verdadero “ángel de la guarda” y con su marido. La soledad hospitalaria franquea en demasiadas ocasiones esta etapa final de la vida, en un momento que nadie debería estarlo.
No sé si alguien se acordará de Jimena tras su marcha. Yo por si acaso la he querido homenajear para decirle que fue todo un ejemplo de fortaleza y generosidad. Descansa ya mi querida Jimena.
Cineterapia oncológica: Gritos y susurros (“Viskningar och rop”) Suecia. 1972. Ingman Bergman
A lo largo de la película se descubren también las personalidades de María y Karin. Mientras que Karin sufre por encontrarse atrapada en un matrimonio que ella misma desprecia, Maria aparece como una mujer frívola y caprichosa también desdichada en su matrimonio, pero que no tiene inconveniente en traspasar los límites morales impuestos ni se preocupa verdaderamente por quienes la rodean.
Tras la muerte de Agnes, las otras dos hermanas se separan sin haber llegado a establecer una comunicación fructífera y despiden a Anna, a quien permiten quedarse con el diario de Agnes como compensación. En él lee una declaración de Agnes, satisfecha por los momentos de felicidad que había vivido.
Del título de la película se desprenden sonidos contrapuestos. Los gritos están relacionados con lo que nos aleja: el dolor, la angustia, la impotencia, la soledad y la culpa. En contraste, los susurros están asociados con lo que nos acerca: los sentimientos de ternura, de tolerancia, de amor y de compasión. “Gritos y Susurros” es una hermosa película que invita al espectador a pensar sobre la naturaleza de la condición humana. Para muchos espectadores, el final ambivalente de la película puede colocar a Agnes en el paraíso celestial, o bien puede sugerir la futilidad de su sacrificio. Sin duda es una auténtica obra maestra.
Cuidados Paliativos y el respeto al dolor
Cualquier persona que se enfrenta a una enfermedad potencialmente mortal o a una enfermedad crónica debería ser tan afortunada como Catalina, una camarera de 27 años de edad en Nueva York.
La doctora Diane E. Meier, una especialista en Cuidados Paliativos en el Centro Médico “Mount Sinai” recordó la historia de una joven paciente en un artículo publicado en 2011 en el Journal of Clinical Oncology. Catalina, que no fue identificada para preservar su intimidad, fue diagnosticada de una leucemia y padecía importantes dolores óseos que no se aliviaban con paracetamol-codeína.
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Cineterapia oncológica: Tierras de penumbra.(Shadowlands) Reino Unido. Richard Attenborough. 1993
Anthony Hopkins, sin ninguna duda, nos deleita con una clase magistral de interpretación sobre el dolor y el sufrimiento que queda grabada en la retina del espectador hasta mucho después de acabada la película. Hay altas dosis de emotividad, pero no deja regusto amargo, sino que nos regala ante todo el ejemplo de un gran ser humano y escritor. No dejen de verla.