Le habían diagnosticado su proceso neoplásico durante el segundo trimestre de su segundo embarazo. En este trance tuvo que ser intervenida y recibir quimioterapia. Dió a luz su segundo y precioso hijo, prosiguió con la quimioterapia y al poco tiempo fue remitida a nuestro Servicio para recibir radioterapia adyuvante.
Tuve la suerte de que me contara con toda naturalidad y fortaleza cómo pasó todo el proceso, especialmente en cómo le explicó su enfermedad a su hijo mayor de nueve años. Le hizo partícipe de una peculiar sesión de peluquería antes de la quimioterapia.
Ella inició la radioterapia sin ningún problema. A mitad del tratamiento vino con la propuesta que voy a contaros. Me comentaba que su hijo mayor estaba muy preocupado, que se despertaba por la noche y había tenido alguna pesadilla que otra. Pensaba que sus padres le ocultaban algo porque no entendía que tras haber finalizado con la quimioterapia su madre tuviera que ir todos los días a Burgos a visitar al médico. Tampoco entendía lo que se le estaba haciendo, pues él lo que veía es que a su madre se le había puesto la piel un poco más colorada. Así que ella me pidió que le explicara a su hijo el tratamiento de radioterapia, para así disiparle sus miedos y que viera que no se le estaba ocultando nada.
Por supuesto accedí ante esta bonita e insólita proposición. El hecho de ser madre de una niña de edad parecida me allanaba el terreno. Él entró en la consulta con su consola en la mano, con aire distraído. Me presenté y le pregunté lo que creía que le estábamos haciendo a su madre y qué le preocupaba. Pude explicarle con palabras que él entendió perfectamente que estábamos “matando células malas” con una radiaciones que no se ven, pero que hacen su efecto (son casi mágicas). Aquel día uno de los aceleradores estaba en reparación por una avería leve y por lo tanto no había pacientes. Le pregunté si quería ver la máquina dónde tratábamos a mamá. Dijo que sí. Y al verlo alucinó, pues ver un acelerador lineal de electrones de cerca impresiona la primera vez. Volvió con sus padres sintiéndose privilegiado. Y yo con una sonrisa en los labios.
Su madre me comentó días después que su hijo ya estaba mucho mejor y que los malos sueños habían volado. Me alegré por ello.