Bienvenid@ a "Un Rayo de Esperanza". Soy Virginia Ruiz, una radiooncóloga que se define como médico en el sentido amplio de la palabra, con un interés especial por todo lo que rodea al enfermo oncológico. Creo firmemente en la Medicina Basada en la Evidencia, pero también en la Medicina Basada en la Diferencia y en la Experiencia. Estoy en la senda hacia una Medicina Humanista, porque si lo pensamos bien no existen enfermedades, sino enfermos…
La naturaleza con sus cambios estacionales era una de tus pasiones, junto al dibujo, el arte o los paseos en bicicleta. Revisando estos días tus mensajes me encontré con esta instantánea de los cerezos en flor, majestuosos y llenos de su propio esplendor primaveral, invitándome así a acercarme en esa época del año al Valle de las Caderechaspara disfrutar de ese sublime despertar. Queda así apuntado en mi libreta de visitas pendientes y te aseguro que cuando los vea, me acordaré con cariño de ti.
Han pasado ya seis años de tu marcha, tratando de buscarle un sentido a la finitud de la vida, al trabajo que desempeño e incluso a esos días que continúan ya sin ti. No es una tarea fácil y cada uno a su manera encuentra el camino para aliviar el dolor de la pérdida, Unos dicen que el tiempo lo cura todo. En realidad el tiempo lo que hace es cambiarnos la perspectiva y allanarnos el camino hacia la aceptación.
Como cada diecisiete de Julio desde hace cinco años me hallo aquí, tecleando letras sueltas delante del ordenador para poner en orden mis recuerdos y pensamientos. El tiempo trata de difuminar concienzudamente todos los colores, los sentimientos y las sensaciones de algunas épocas pasadas, posiblemente para hacer más llevadero ese tránsito a la vida en ausencia de un ser querido. Continuar leyendo “Hace cinco años… 5/5 (18) “
Recuerdo que justo hace un año nos encontrábamos en el balneario de Lanjarón ilusionadas junto a otras mujeres que como tú habían pasado o estaban pasando por una experiencia similar a la tuya. Tú fuiste el gérmen de inspiración de un proyecto nacido desde el cariño y la voluntad de servicio y ayuda los demás. Meses antes nos habíamos ya emocionado con las ideas y las personas de los que iban a formar el cuerpo, digamos docente, de esa escuela emprendedora llamada ROSE Project. Conseguimos arrancar una primera edición con una ilusión y ganas inusitadas, con sonrisas y también con lágrimas de emoción.
Pero no quiero hablar de tu enfermedad y de cómo ella inundó despiadadamente tus últimos años. Aprendiste a convivir con ella, a seguir con ella, a no permitir que no te dejara disfrutar de las pequeñas cosas y de la compañía de los tuyos, a vivir con la enfermedad. A pesar de ella, a pesar de los tratamientos, a pesar de todo y de todos, a pesar de ese peso enorme que representaba y que cargabas a diario sobre tus espaldas, seguías valiente hacia mirando siempre hacia delante.
Son muchos los fotogramas que se cruzan delante de mis ojos de aquellos y de otros días en los que nos encontramos. Mi mente se esfuerza tozudamente en recordar, porque a fuerza de reforzar mi maltrecha memoria me hace pensar que de algún modo sigues ahí, invisible a los ojos, pero visible a las almas. Recordarte y sonreir con tu imagen me reconforta y transforma el pesar en nostalgia, el dolor en emociones y tu despedida de este mundo en alguna forma de transformación positiva para los que tuvimos el privilegio de compartir algún momento de tu existencia.
Hay veces que cavilo con el pensamiento de que no te has ido, de que tan sólo te nos has adelantado. A los demás, a los que estamos a este lado se nos ha concedido una prórroga más larga que la tuya para seguir jugando en ese escenario llamado vida. Hubieron momentos en los que la adversidad no se detuvo, pero ante ella tú dibujaste siempre una sonrisa en tu boca.
Conmueve leer los mensajes hacia ti, pero especialmente me ha llegado el que hace referencia a tu despedida. Dicen que cada uno de nosotros muere del modo en el que ha vivido y en verdad te digo que quien ha sido testigo de ello habla con inmensa ternura, belleza y paz de ese momento. Fue un momento hermoso, sublime, dulce, emotivo y lleno de inmenso cariño hacia quien había estado siempre a tu lado de un modo incondicional. No podrías haber escogido mejor ese momento y la forma de hacerlo. El poso que quedará en el recuerdo de él será imborrable.
Para mi has sido un ejemplo, una mujer de acero inolvidable esculpida a base de generosidad, dulzura y buenos sentimientos. Has dejado una huella en tu camino y tras ellas iremos todos los que de una forma u otra hemos aprendido de ti. Descansa y te espero cuando miremos al cielo tú allí y yo aquí.
Los días, los meses y los años transcurren inexorablemente, quieras o no. La percepción del tiempo cambia con la experiencia de los años vividos, dando la impresión de mayor fugacidad. En cada aniversario se me agolpan los recuerdos, algunos se difuminan y otros, los mejores quizá, permanecen imborrables.
Sigo acordándome mucho de ti, con fotografías mentales de diferentes etapas de mi biografía en las que tuve el privilegio de conocerte. Tú, posiblemente sin pretenderlo, y tu recuerdo, se han convertido en un “leitmotiv”, en un “con-sentido” que va transformando el prisma con el que ahora veo las cosas. Siento la necesidad imperiosa de ensalzar tu memoria, de hacerla vívida, de homenajearte y de poner en relevancia los valores que iban íntimamente ligados a tu persona.
Por eso hoy, cuando se cumplen tres años de tu marcha, escribo estas líneas.
Tu ejemplo ante la adversidad y el cáncer me dieron una lección de vida, la mejor lección recibida en mi carrera profesional. Me percaté contigo de la gran cantidad de cosas que los pacientes callan, que no advertimos en la consulta y que merecen escucha y atención. Aprendí a tener los ojos más abiertos, los oídos más atentos y a tocar más, a estar más cerca de los enfermos.
Uno de los más bonitos recuerdos que vienen a mi mente fue la emoción que nos embargó a ambos al reencontrarnos después de varios años sin saber uno del otro. A pesar de las circunstancias parecía que el tiempo no hubiese pasado y que se detuviese en ese preciso instante. “¡Qué ilusión escucharte!” me dijiste…
En estos tres años, no he parado de escribir. Admito que necesitaba hacerlo. Por ti. Por aquellos que pasan todos los días una situación como la tuya. Por poner voz al silencio que se agazapa tras la enfermedad. Por llamar a las cosas por su nombre. Por reconocer que no tengo todas las respuestas a las preguntas. Por preguntarme todos los días cómo puedo hacer mejor mi labor. Por dar un rayo de esperanza en este océano de incertidumbres que conlleva la enfermedad. Por dar, en definitiva, sentido al dolor.