La Medicina es una actividad humana ejercida de forma natural desde tiempos inmemoriales. La mujer en la Historia de la Medicina ha sido intencionadamente borrada e invisibilizada hasta prácticamente bien entrado el siglo XIX, pues hasta entonces, en nuestra cultura occidental, la Medicina académica y oficial estaba sólo hecha por hombres blancos del primer mundo. La actividad médica de la mujer no tenía cabida y si la había se le reservaba a la esfera privada y no se le permitía trascender a la esfera pública.
Sin embargo, podemos decir que la mujer ha ejercido desde la época de las cavernas algún tipo de actividad médica, pues mientras el hombre se encargaba de cazar animales, ella recolectaba plantas, algunas de ellas medicinales y se quedaba al cargo del cuidado de los niños, de otras mujeres, de los enfermos y de los ancianos. Conocían las enfermedades que afectaban a las mujeres, ayudaban a éstas a parir y les acompañaban en la etapa de crianza de su prole. Era entonces una actividad médica completamente “amateur” y basada en la experiencia. Eran además capaces de transmitir su sabiduría de unas mujeres a otras, de madres a hijas, de generación en generación.
Si contemplamos detenidamente la Historia, descubrimos algunos ejemplos de mujeres que ejercían la Medicina en toda regla. Una de ellas es Agnódice, considerada la primera ginecóloga de la Historia que nació en Atenas en el siglo V a.C. Como la Medicina estaba vetada para las mujeres, se cortó el pelo y se disfrazó de hombre para poder ejercer. Sus éxitos profesionales despertaron la envidia de los otros médicos que le acusaron de seducir a sus pacientes y fue llevada ante el juzgado. Fue entonces cuando Agnódice tuvo que revelar su sexo, motivo por el que fue acusada de violar la ley. Las mujeres de algunos de los principales ciudadanos de Atenas a las que había curado, la defendieron y dijeron que si ella moría, ellas también. Consiguieron finalmente que la ley fuese invalidada.
En el siglo XII nos encontramos ante la figura de Hildegarda von Bingen una mujer alemana que vivió recluida en un monasterio y que fue toda una autoridad de la época por sus poderes visionarios, considerados místicos. Dichos poderes le permitieron tener contacto con la élite eclesiástica (papa incluido) y noble de la época. Escribió Physica, un texto sobre las ciencias naturales, describiendo así el mundo natural y mostrando un particular interés en las propiedades curativas de las plantas, los animales y las rocas. Los cinco volúmenes del Causae et Curae son esencialmente un Tratado de Medicina, mezcla de influencias griegas y cristianas. Junto con algunos inverosímiles remedios (tales como sumergir a una perra en agua y usar este agua para humedecer la frente como una cura para la resaca) hay algunos que parecen bastante razonables. Se incluyen consejos rudimentarios sobre cómo mantener los dientes sanos y firmes o cómo enriquecer la dieta de las mujeres que sufrían amenorrea (ausencia de menstruación), algo habitual en la época debido a la desnutrición.
Durante los siglos XIV al XVI las mujeres tuvieron un papel de sanadoras que era visto con recelo y consideradas como brujas. Las brujas-sanadoras usaban analgésicos, calmantes y medicinas digestivas, así como otros preparados para aminorar los dolores de parto. Usaron la belladona para parar las contracciones del útero en caso de posible aborto y algunas fuentes apuntan a una bruja inglesa como descubridora de la digitalina, que se utiliza actualmente para tratar arritmias cardíacas. Estas mujeres sabias con importantes conocimientos anatómicos, también aconsejaban a mujeres sobre métodos anticonceptivos. De hecho, Paracelso, considerado el “padre de la medicina moderna”, afirmó en el siglo XVI que todo lo que sabía lo había aprendido de las brujas. Con la caza de brujas, parte de este conocimiento se perdió.
En España contamos con otro ejemplo, el de Oliva Sabuco de Nantes Barrera, una española nacida en Alcaraz (Albacete) en pleno siglo XVI e hija de un boticario. En sus escritos entre los que destaca el publicado en 1587 como “Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre”, habla de conceptos innovadores como son la importancia de la higiene y otras consideraciones que la sitúan en lo que hoy constituye la corriente de la medicina psicosomática. Sus escritos fueron proscritos y quemados por la Inquisición Española, pero algunos ejemplares quedaron para dejarnos perplejos ante lo avanzado de sus conocimientos para aquella época. Descubrimos así a una mujer sorprendentemente humanista.
Con la creación de la Universidad y las facultades de Medicina, la entrada a las mujeres fue vetada. A la mujer se la mantenía como sanadora en el ámbito privado, habitualmente acompañadas y al cuidado de las clases más desfavorecidas. Compartían con naturalidad y generosidad sus conocimientos a otras sanadoras. Mientras, los hombres practicaban la Medicina de una manera pública y notoria, cuidando especialmente de las clases altas. Se les confería un poder visionario y sus conocimientos no solían ser compartidos.
En el siglo XIX y especialmente en el XX, la mujer irrumpe con fuerza debido a los cambios producidos a consecuencia de la feminización de la fuerza de trabajo. A esto ya no son ajenas las facultades de Medicina que viven ya en el siglo XXI una importante entrada de mujeres, capacitadas y altamente cualificadas para ejercer su profesión. Ya nadie se extraña de entrar en una consulta médica y ver a una mujer médico. Su reconocimiento social, por fortuna, ya está normalizado.
Hemos logrado hitos que nuestras antecesoras no podían ni imaginar y en un tiempo relativamente corto. Sin embargo, a pesar de nuestra creciente presencia sufrimos un llamado síndrome de techo de cristal, que algunos se atreven a llamar anorexia de poder. La mujer de hoy que ejerce una actividad profesional como puede ser la Medicina, no concilia, sacrifica. Se plantea un futuro con grandes retos como el reparto de tareas y de poder, el reconocimiento social de la maternidad, así como de su gran y silenciosa implicación en el cuidado de las personas. La carrera profesional femenina sufre constantes entradas y salidas porque quiere estar al lado de los suyos también. La mujer del siglo XXI debe reinventarse, buscar nuevas alternativas, nuevas soluciones, huyendo del modelo patriarcal y sin emular el rol masculino, pues corremos el riesgo de caer en los mismos errores y convertirnos en enemigas de nosotras mismas.
En el mundo 2.0 también existe una buena representación de mujeres médicos que apuestan por la innovación, la comunicación y la creatividad. No pretendo con este artículo hacer alarde de mi condición de género ni entrar en rivalidades absurdas. Sólo quiero poner a mi género en el lugar y con el valor que le corresponde. Ni más, ni menos. Quiero ejercer mi profesión desde una perpectiva de simetría moral con mis compañeros, rompiendo una lanza a favor de nosotras mismas para que ese techo de cristal de una vez por todas se desvanezca.
Video: Ella (Bebe)