Querido F:
Te escribo ocho años después de tu partida, desde un mundo extraño, inimaginable tan sólo hace unos meses. Los besos, los abrazos y las reuniones familiares, eso tan nuestro, se nos ha arrebatado por culpa de un mal bicho cuyo nombre empieza por “C”. Le llaman coronavirus. Ataca, en algunos casos con voracidad inusitada nuestros pulmones, dejándonos sin aliento. Sin aliento a los enfermos que han yacido en el hospital y a los que hemos trabajado en los centros sanitarios, porque nos enfrentábamos ante algo desconocido, invisible y desconcertante.