¡Trato!

En esta noche de brujas, zombies y calabazas en la que los niños van pidiendo puerta a puerta el consabido “truco o trato”, yo me quedo sin duda con la palabra trato.

Trato de levantarme cada día mejor que ayer pero no peor que mañana.

Trato de que la tecnología no se asocie a medicina inhumana

Trato de dibujar en mi cara, aunque por dentro no tenga motivos, una sonrisa.

Trato de autentificar mi yo cada día y no permitir convertirme en una sumisa.

Trato de no dejar de sentir ternura con la visión de mis niñas dormidas.

Trato de no ser abducida en tiempo y forma por las verdades fingidas

Trato de vestir mi mejor versión, a sabiendas que no todos los días son azules ni grises.

Trato de buscar los dulces y buenos sabores a miel, canela y anises

Trato de vencer a veces la tentación de dejar colgada la bata cuando llega el hastío.

Trato de huir del falso elogio, de la verdad disfrazada y del tóxico gentío.

Trato de ver en cada enfermo un alma que sufre y quiere alivio o consuelo.

Trato de no dejar de pensar que es posible lograr mis sueños y alzar hacia ellos el vuelo

Trato de no sobretratar innecesariamente bajo el principio de “primum non nocere”.

Trato de emular a mis mentores que son ejemplo para mi y algún congénere.

Trato de tratar bien al paciente, de informarle y escucharle incluso en sus silencios elocuentes.

Trato de no poner palos en las ruedas, de dejar fluir y levantar firmes puentes.

Trato de que no me den truco por trato, ni gato por liebre.

Trato de tratar el dolor, la angustia, la pena y a veces también la fiebre.

Trato de hacer del trato afable y sentido una filosofía de vida.

Trato de entender que hay un camino de vuelta y otro de ida.

Trato de que no me truequen el sueño de seguir los pasos del gran Marañón.

Trato con ciencia y con conciencia al enfermo sediento de esta doble condición.

Trato de que no haya trata de tratos hechos con ton y son.

Trato de escribir en prosa sencilla con cierto tiento y tesón

Trato de no tragarme el cuento de la lechera sea quien sea quien me lo leyera

Trato de ser un médico especialista que no se olvida del de cabecera

Trato de tratar de encontrar la palabra que acaricie el corazón y no me subyugue sola ante la razón.

Trato de poner poesía a mi prosa ejerciendo así una callada pasión.

Trato de comprender que la esperanza no es una pose sino una actitud

Trato de ver que la vida es mejor bien vivida y en plenitud

Trato de no dejar que otros canten la letra compuesta por quién se yo

Trato de ver el truco del trato que la vida me dió

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Píldoras de vida 5/5 (1)

Estamos habituados al acudir a la consulta de un médico explicar lo que nos pasa contestando a aquellas preguntas que él nos haga, nos explore y emita luego un posible diagnóstico. Tras el diagnóstico el proceso suele acabar con la prescripción médica de un fármaco. En muchas ocasiones sería bueno que en lugar de prescribir fármacos para algunas dolencias, especialmente del alma que también duele, prescribiéramos “píldoras de vida” en forma de un libro, una recomendación de estilo de vida, una película, un buen “post” o cualquier forma imaginable de comunicación creativa que nos permitiera dar pistas o herramientas al paciente para que encontrara él mismo la mejor forma de aliviar su mal. Reflexionar siempre es un recomendable ejercicio mental. Bien podría ser el punto de partida para entrar luego en acción y cambiar, mejorar o evolucionar.
Les invito pues a ver un video que me parece un buen ejemplo de “píldora de vida”. Es una historia preciosa y emotiva de una verdadera “madre coraje” con un mensaje de fondo que nos plantea cuál es el verdadero significado de una vida digna. Digna de ser vivida a pesar de los contratiempos o una enfermedad como el cáncer. Una vida plena, sin artificios, sin lujos innecesarios. Una vida donde las cosas pequeñas y cotidianas cobran un verdadero sentido.  

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El “Slow Style”

La mayoría de los que pertenecemos a una cultura occidental, vivimos bajo mucha presión, competitividad, prisas e hiperactividad. El tiempo nos pasa por encima casi sin darnos cuenta y -al menos esa es mi impresión- con el paso de los años la velocidad a la que pasan los días, los meses y los años empieza a darme vértigo. Estamos inmersos en la “cultura del hacer“, de estar siempre ocupados, sin contemplar ni por asomo la posibilidad de ir despacio y de parar. Está hasta mal visto el hecho de simplemente tener momentos para no hacer absolutamente nada o de aburrirse. Nos incomoda el silencio y la espera.
Desde el alba nos levantamos a toda velocidad, muchos casi sin desayunar o tomando un café rápido. Si eres de los que tienes niños, los despiertas atizándoles con el tiempo justo para desayunar y llevarles al “cole”. Todo de una forma cronometrada y sin posibilidad de contratiempos (algún olvido, algunos mocos sin pañuelo a mano o algún vómito inesperado). Conducimos deprisa y si tenemos delante a alguien que no va a la velocidad impuesta nos enojamos y le miramos como a un torpe que no sabe ir por la vida. Vamos corriendo a trabajar donde nos espera más presión, más prisa. A veces se te exige el imposible don de la ubicuidad, de la multitarea, de la resolución rápida de problemas. Se amontonan las cosas pendientes a cumplir en espacio de corto de tiempo y te estresas porque no llegas. Acabas tu trabajo y engulles a toda prisa cualquier cosa que encuentras en la nevera. Vas a buscar a tus hijos al “cole” para llevarles con el tiempo cronometrado a las actividades extraescolares. Los recoges. Una vez en casa toca hacer deberes con ellos, preparar baños y la cena. Les cuentas un cuento (si puedes) y les acuestas. Y te vas a la cama rendida. Y así un día tras otro. Incluso muchos fines de semana también tienes tareas pendientes que hacer a toda velocidad.
Sería muy bueno y saludable apuntarnos de vez en cuando al “movimiento slow” . Me parece fantástico encontrar momentos para darse un baño relajante, tomar el desayuno con tranquilidad saboreando sus ingredientes, contemplar el amanecer, conducir sin prisas ni agobios, encontrar momentos para meditar, reflexionar, leer despacio, inspirarse, crear, escuchar música o el canto de los pájaros en primavera, comer o cenar degustando y sin prisas, conversar tranquilamente con amigos o familiares, etc. En definitiva de DISFRUTAR. Según Carl Honoré cuando reducimos la velocidad somos capaces de sentir con mayor claridad. Y si sientes más, piensas y te angustias menos. VIVIR DEPRISA NO ES VIVIR ES SOBREVIVIR.
Nuestro cuerpo cuando enferma muchas veces nos envía señales de que debemos precisamente hacer eso: PARAR. Me lo dicen muchos pacientes tras superar una enfermedad como el cáncer. Se pueden hacer muchas cosas, pero no necesariamente siempre hemos de correr para alcanzarlas. Hemos de permitirnos el hecho de HOMENAJEARNOS, de premiarnos, de hacernos felices con momentos lentos y dejarnos fluir sin más. Yo me apunto ¿Y tú?

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¿Es mejor decir lo que uno piensa o pensar lo que uno dice?

Si esta pregunta me la formularán personalmente me decantaría en contestar en que es mejor pensar lo que uno dice. Quizá sea porque mi estilo de aprendizaje es fundamentalmente reflexivo. O quizá sea porque creo firmemente en el poder tremendo que tiene la palabra. O puede que sea porque como mujer utilizo de forma preferente más la inteligencia auditiva, que la visual o cinestésica. Sea cual sea la razón, la forma en la que nos comunicamos nos define y afecta en nuestra relación con los demás. 
He querido hacer esta reflexión ya que muchos de los equívocos que se producen en nuestra comunicación ocurren como consecuencia de no pensar bien lo que se dice y decir directamente lo que uno piensa. 
Pongamos ejemplos gráficos sobre la importancia de utilización de la palabra. No es lo mismo llamarle a alguien “flaco” que “delgado”, o por el contrario llamarle “gordo” en lugar de “fuerte” o “robusto”. Queriendo decir lo mismo, los matices pueden hacer que el receptor de nuestro mensaje lo reciba de una forma positiva o no, pues hay palabras que tienen connotaciones muy negativas. Cuando nos dirigimos hacia una patología, podemos por ejemplo decirle al paciente que va a ser “impotente” a consecuencia de un tratamiento, pero si le decimos que puede sufrir una “disfunción eréctil”, la percepción puede cambiar, se suaviza el eventual problema.

Tenemos la gran suerte de que nuestra lengua española es muy rica en vocabulario y en matices, en ocasiones sutiles, en otras importantes. Hemos de procurar buscar sinónimos o formas diferentes de explicarnos para mejorar de una forma asombrosa nuestra comunicación. Las palabras tienen un alto poder de sugestión. Hemos de aprender a emplearlas correctamente. Hemos de buscar más la calidad del lenguaje que su cantidad.

En reiteradas ocasiones se me ha preguntado en cómo les hablo a los pacientes oncológicos sobre su enfermedad y si digo la verdad. en referencia a ella. La respuesta es SÍ. El paciente confía en nosotros y en consecuencia no debemos defraudar esa confianza. Eso no significa, sin embargo, que tenga que cometer “sincericidios”. La verdad dada de forma cruda puede resultar difícil de digerir y, a mi parecer, hay que cocinarla o aderezarla convenientemente manteniendo siempre una máxima: no permitir cerrar puertas a la ESPERANZA, sea cual sea el desenlace esperable. En mi experiencia puedo decir que nos equivocamos con cierta frecuencia en el pronóstico. Puede ser extremadamente cruel y doloroso hablar de cifras estadísticas. Se dice que hay verdades, mentiras y estadísticas. Y es cierto. Pongamos por caso que un paciente presenta un 1% de posibilidades de salir adelante. Si a nuestro paciente le toca ese 1% para él será el 100%. Da igual que tuviera un 99% de posibilidades en su contra. ¿Merece entonces la pena decir una cifra? A menos que me la pidan expresamente, creo que no. Podemos decir que las cosas no están yendo bien, pero que vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano por mejorarle. Un médico no debe olvidar que podemos CURAR A VECES, ALIVIAR CON FRECUENCIA PERO CONSOLAR SIEMPRE”. Recomiendo a mis colegas la lectura de esta exposición de la psicooncóloga Ariadna González en su blog Psicooncología para pacientes, titulado: “Dímelo, pero dímelo bien. Cómo comunicar malas noticias y no perecer en el intento. Protocolo de 6 pasos. Guía básica para profesionales”.

No sólo fallamos en nuestra comunicación con los pacientes. También lo hacemos a la hora de comunicarnos con nuestros colegas y ello conlleva malentendidos, disputas hirientes, menosprecios y conflictos poco productivos. Así restamos, no sumamos. Es bueno el debate, la deliberación, la argumentación, el sopesar los pros y contras por el bien del paciente, pero siempre desde el respeto y ayuda mútua, desde la cordialidad y la crítica constructiva. Así sumamos y no restamos ¿No creen que así ganamos todos? Cuidemos entonces nuestra comunicación.

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