Relato de primavera: “Perla” 5/5 (1)

Gadea estaba muy ilusionada con su próximo viaje. No era un viaje cualquiera. Era el viaje que siempre había soñado hacer desde que acabó su carrera. Tan sólo le preocupaba dejar unos meses a su perra Perla al cuidado de sus familiares o amigos, pues tenía con ella una relación muy especial. Gadea la adoptó sin dudarlo y por voluntad propia, recogida de la protectora de animales. Perla era una perra preciosa, blanca y con manchas café con leche distribuidas de una forma casi geográfica que la hacían distinta y única aunque no tuviera pedigrí. Al principio, Perla se mostró recelosa con su nueva ama, pero al poco tiempo se estableció una relación muy especial entre ellas.
Gadea quería dar un nuevo sentido a su carrera como diplomada en enfermería y se había propuesto ir a una misión en un pequeño hospital de África durante tres meses. Se encontraba con ganas y en el momento apropiado para hacerlo. Lo tenía todo planeado: viaje, equipaje, el cuidado de su casa y su perra en los meses de ausencia, etc. Perla se mostraba en los últimos días muy atenta y preocupada por su ama. Parecía que se “olía” algo. Perla no sólo recibía a Gadea con entusiasmo al abrir la puerta de casa, sino que siempre que Gadea se sentaba o descansaba en el sofá o en la cama, recostaba su cabeza sobre su parte baja del vientre. Esta acción era constante, repetitiva y hasta obsesiva, hasta tal punto que Gadea la apartaba y no entendía tanta insistencia de aquel gesto. Perla volvía una y otra vez a su regazo sin querer separarse de su ama ni un instante.
Gadea empezó a encontrarse indispuesta pocos días antes de iniciar su aventura. Tenía unos fuertes dolores de regla y sangraba más de lo normal. La duración de ese malestar empezó a preocuparle y decidió consultarlo con su médico de cabecera, que de inmediato la envió al ginecólogo. En la ecografía que le realizaron se vió que algo no iba bien y le recomendaron hacerse un legrado uterino. Gadea estaba asustada, pero trataba de ser positiva y pensó que no sería nada grave. Perla seguía a su lado, intuyendo desde hacía tiempo que su ama estaba malita y que necesitaba de su ayuda.
Se realizó el legrado y tras él vino la noticia de que padecía un extraño tumor que necesitaba ser extirpado. El mundo se le vino a los pies y no paraba de preguntarse ¿por qué a mi? ¿por qué ahora que empezaba a tener la ilusión de poder ir a una misión importante para mi? ¿qué voy a hacer ahora?
La intervención se realizó sin excesivos problemas, pero dada su juventud y las características de su tumor debía someterse a quimioterapia y radioterapia complementarias, con el fin de evitar una recaída. Fue duro, pero Perla estuvo siempre ahí, animándola en los momentos bajos, obligando con la correa en su boca, empujando a Gadea como podía hacia la puerta de casa a tomar el aire, a pasear y a disfrutar con ella. 
Gadea ha acabado ya los tratamientos y se encamina hacia una lenta recuparación. Hablo con ella y me cuenta lo que Perla ha significado para ella con lágrimas en los ojos. Me dice que Perla probablemente supo su diagnóstico antes que ella, que estuvo acompañándole en todos los momentos malos del tratamiento y que gracias a ella encontró las fuerzas necesarias para seguir adelante, aún cuando su espíritu no le acompañaba. Una simbiosis perfecta, una terapia inimaginable y una historia que merecía ser contada.
Este tipo de testimonios son los que hacen que me replatee muchas cosas sobre la vida cotidiana de mis pacientes y en este caso acerca de los beneficios terapéuticos del instinto que tienen los perros. Este relato novelado está basado en una historia real. A mi se me puso la piel de gallina cuando ella me lo contaba y pensé: ¡Qué bonito! Tengo que contarlo en mi blog. 
Enlazo el relato con este video del Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York. Acariciar un perro puede ser bueno para su salud. Aprenda cómo los programas de apoyo a pacientes como “Caring Canines” pueden ayudar a los pacientes. 

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Relato de verano: Querido médico de cabecera

Tú estás en Atención Primaria. Yo en un llamado Servicio Jerarquizado de Atención Especializada. Tú eres “todólogo” y yo “pocóloga”. Tú posiblemente te encuentres en primera línea de la trinchera y yo en la retaguardia. Dos realidades distintas y a veces distantes, pues nos colocan barreras enormes e insondables. Pocos puentes se construyen para que tú y yo no nos sintamos tan extraños el uno del otro, para que nuestras realidades no se encuentren tan alejadas o con determinados privilegios. Sin embargo, tú eres quien primero recibió a mi actual paciente. Gracias a tu perpicacia, a tu ojo clínico o a la insaciable insistencia del propio paciente pusiste en marcha la maquinaria diagnóstica para luego yo acabara tratándole.
Ese paciente que veo yo ahora, precisará de tus recetas, de tus partes de baja, de tu lectura de mis indescifrables informes y si todo va bien le seguirás viendo a menudo. Si las cosas se tuercen puede que necesite de tu mano para que vayas a casa a visitarle y finalmente estés en su cabecera atendiendo con dignidad sus últimos días.
Te quejas, no sin razón, de la extrema burocracia en tu profesión que te quita ya demasiado tiempo para hacer aquello que siempre quisiste hacer y que no es más que ejercer de médico. Por no hablar de la presión asistencial en época de gripe o vacaciones, porque tú ya no tienes recambio en las ausencias e igual te toca atender a cincuenta o sesenta pacientes en una mañana. Al paciente no le da tiempo a abrir la boca para contar lo que le pasa y ya se tiene que ir por la puerta. Pasar consulta sin tiempo para pensar. Agotador, insufrible, inhumano para el paciente y para el médico.

Y yo me quejo por tener que ver a 16-18 pacientes en una consulta. Parecen pocos, es verdad, pero todos mis pacientes tienen algún tipo de cáncer. Todos vienen con un cierto nivel de estrés, de preocupación, de dolor o tristeza. Yo llamo a una buena mañana cuando todos están bien y libres de enfermedad. Pero esto no siempre es así y en ocasiones te encuentras con tres o más recaídas y sientes que te falta el aliento. Acabas la consulta agotada física y mentalmente. A todo eso sumo, igual que tú los sinsabores de la burocracia, el desabastecimiento de medicamentos o las situaciones socio-laborales de los pacientes que te desbordan. Sufrimos el encorsetamiento de un sistema sanitario que no busca nuestra motivación, ni nuestro crecimiento profesional, tan sólo la consecución de las cifras de unos determinados objetivos. A veces me siento como en una cadena de producción de una fábrica, no en un hospital atendiendo enfermos. Poco se valora el mérito, la capacidad profesional o tu trato humano al paciente. Sólo cuenta que trates al mayor número de pacientes posible con toda la complejidad que tu equipamiento te permita.
Ambos pensamos y creemos saber cómo mejorarlo, pero nuestra voz apenas se escucha en quien tiene competencias para hacerlo. Se juega al divide y vencerás, construyendo muros cada vez más altos para separarnos y a ser posible incomunicarnos, a veces incluso entre los propios especialistas también. Es la excusa perfecta para quejarnos unos de los otros.

Me pregunto si algún día podríamos trabajar juntos y mano a mano para mejorar nuestras realidades. Quien sabe…
Les dejo con el tráiler de “El Médico”, la versión cinematografiada del libro homónimo del mítico Noah Gordon. Reconoce el espíritu vocacional de un médico en tiempos difíciles. Recomendable.

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Relato de verano: Llega Septiembre.

Nos encontramos ante un verano que ya agoniza y ya estamos pensando en el nuevo curso. La sensación es similar a la del año nuevo que comienza. En Septiembre también hacemos buenos propósitos: ir al gimnasio, hacer algo de dieta para bajar quilos, apuntarse a una academia para perfeccionar inglés, etc. Por mi parte, y como cada año, me enfrento a la ardua tarea de forrar libros, ordenarlos, ponerles el nombre, revisar la ropa del año anterior para ver qué aprovecho y qué desecho y pensar en las actividades extraescolares. También en esta época emergen cursos y congresos. Es una época frenética de formación. Los días ya se acortan, el rocío inunda las mañanas y empiezo a notar ese característico olor a otoño en el ambiente. Vuelvo de vacaciones con fuerzas renovadas y ganas de rellenar muchos folios en blanco. No sólo los de mi blog que estoy escribiendo ahora, sino también los que escribiré en el relato de mi propia vida.
Seguiré estando ahí intentando que los pacientes sean tratados como merecen, que no me abrume el exceso de trabajo, la burocracia o la cantidad ingente de sinsentidos que se abren a mi paso y en el de mis compañeros. En algún momento seré humana y me sentiré cansada, con ganas de que el día acabe y de tomar algo de aire. Los días, los meses y los años me pasan cada vez más deprisa. Siento la necesidad de frenarlos un poco, saborearlos, hacerlos un poco míos. A veces tengo la sensación de que el tiempo pasa por encima mío y no yo por encima del tiempo. Éste parece azotarme y no me deja ir a una marcha menor. Trato de no agobiarme por ello, a pesar de todo.
Tareas pendientes y nuevos propósitos. Septiembre.   
Video de Glen Keane: The Duet.

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Relato de verano: Manuscrito en un papel

María vino remitida por el Servicio de Cirugía General muy asustada. Un cáncer anaplásico de tiroides había crecido en su cuello de forma espectacular en pocos meses. Su tamaño alcanzó proporciones que lo hacían inoperable. Acudió a la consulta de Oncología Rdioterápica junto con su marido y dos de sus hijos con la esperanza de encontrar alguna solución. María apenas podía articular palabra y tenía un fuerte estridor. Tampoco podía tragar los alimentos en condiciones. Estaba rota de dolor, de abatimiento y de angustia.
En aquella consulta la doctora le explicó el tratamiento lo mejor que pudo, pero María estaba bloqueada por los nervios, sobrepasada y su angustia era desorbitada. Al percatarse de ello, la doctora habló pausadamente con la familia, explicándoles el alcance del diagnóstico, del tratamiento y del pronóstico. 
A María hubo que practicarle una traqueotomía profiláctica casi de urgencia para asegurar la vía aérea durante el tratamiento. A partir de aquel momento el medio de comunicación entre María y su doctora sería un manuscrito en un papel.
A los pocos días se inició la radioterapia de forma conjunta con la quimioterapia. María demandaba a diario “hablar” con su doctora. En sus manuscritos María daba rienda suelta a su desasosiego, a su angustia a una necesidad imperiosa de acabar con todo esto. Su doctora los leía con curiosidad, atención y preocupación, pues en cierto modo se le rompía el alma leyéndolos. Hizo todo lo humanamente posible por atender su dolor y lo que la farmacología le permitía para su bienestar, pero resultaba complicado despojarle de su natural angustia. Lo consiguió con paciencia, despacito, día a día. Ella finalmente se ganó su confianza y María empezó a ver como su tumoración iba menguando. Sin embargo, un poso de tristeza quedaba.
Finalmente acabó el tratamiento y consiguió irse unos días a casa para recuperarse. Volvió a hablar, pero tenía que hacer grandes esfuerzos para hacerlo, así que había resuelto seguir escribiendo en aquellos retazos de papel. 
Un tiempo más tarde María volvió al hospital por unas crisis convulsivas. Esta vez la enfermedad se encontraba en su cerebro y en sus pulmones. Volvió a la consulta de radioterapia para darle unas sesiones con intención paliativa en su cabeza. No pudo acabar el tratamiento. María se fue apagando poco a poco como la luz de una vela. 
Su doctora aún conserva aquellos manuscritos en un papel. Cada vez que los lee se acuerda del desgarrador testimonio de vida de María. 

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Relato de verano. Huele ya a otoño.

Los días se acortan. El cielo sigue siendo azul, pero con una tonalidad diferente, que podría anunciar alguna tormenta. La brisa se convierte en viento. Se intuye un cierto olor a otoño. Agosto se despide para dar la bienvenida a Septiembre. El verano parece dar a su fin, pero aún quedarán veranillos con nombre de santo: San Miguel y San Martín.
Toca volver al tajo. También pronto se inicia la archianunciada vuelta al cole. Dicen que al volver hay que prevenir el temido síndrome post-vacacional. Vaya tendencia enfermiza tenemos en llamar con nombre sindrómico a un natural proceso de adaptación al trabajo tras unos días de descanso.
El cáncer, sin embargo, no conoce para desgracia nuestra de vacaciones. Precisa de un esfuerzo continuado. No crean que temo a enfrentarme a la vuelta. Quizás tema más a la vuelta al cole y el sempiterno problema de la irreconciliación familiar, pero ello daría para otro ‘post’.
El nuevo curso se presenta con la apertura en Septiembre de un nuevo Servicio de Oncología Radioterápica y con él nuevos desafíos: una mudanza, aprender en un entorno nuevo, integrarse a la fría estructura de un nuevo hospital, etc. Ilusiones, sueños y ganas, aunque siempre habrá alguien con intención de quitármelas. Es posible que puedan recortar e el sueldo, burocratizarme más aún, aumentarme la presión asistencial, incluso existe la posibilidad de que puedan desestatutarizarme, laboralizarme o privatizarme. Pero nadie podrá recortarme jamás el alma o la dignidad. Señores, esos fueron enteros siempre míos.
Video de Passenger: Let her go

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