Nace una nueva era. Habrá un antes y un después de esta pesadilla en forma de pandemia por el virus COVID-19. Creo que ya nada volverá a ser igual. Estamos en la era COVID, año cero. Algo tan pequeño, microscópico e invisible a nuestros ojos nos ha hecho vulnerables y nos ha obligado a confinarnos entre las cuatro paredes de nuestra casa. En España por un período de quince días y que se han prorrogado otros quince más por las autoridades sanitarias.
Relato de verano: Alejandra y su dolor
A Alejandra le había tocado el papel más difícil de su vida. Con sólo veintiún años hizo de padre y madre de su hermana Lucía, que contaba sólo once años de edad. Mamá se había marchado para siempre. Una mujer sana que había superado en un año la cuarentena de existencia. No estaba escrito en el guión imaginario de ninguna de las tres, pero la vida en ocasiones te cambia los papeles sin avisar.
A la madre de Alejandra le habían diagnosticado dos años antes un cáncer. Se había sometido a una intervención, a quimioterapia y a radioterapia. Lo hizo con el convencimiento de que podría con ello y de que seguiría adelante. Alejandra y Lucía eran su razón de ser, no quería abandonarlas a su suerte. Puso todo su empeño, pero desafortunadamente no pudo ser. Sin embargo ella, ante esta situación , fue preparando a Alejandra de una forma increíblemente tierna y serena, explicándole lo que debía hacer cuando ella ya no estuviera. Le estaba entregando un legado maravilloso y lleno de sabios consejos. Un legado que estaría grabado a fuego en la memoria de Alejandra.
En estas circunstancias, Alejandra comprendió que no podía cambiar el curso de los acontecimientos, pero sí la forma de afrontarlos. Cuidó de su madre y de su hermana como si en ello le fuera la vida e incluso reservaba tiempo para estudiar. Quería que su madre se sientiera orgullosa de ella y vaya si lo estaba. En los días previos a la despedida, mamá no paró de recordarle lo mucho que le quería a ella y a Lucía y el orgullo que sentía por su hija mayor.
Tocó decir adiós, enjugar las lágrimas tragadas y seguir mirando hacia delante, sin olvidar ni un solo día las palabras de mamá. Alejandra acabó sus estudios, encontró un buen trabajo. Por otro lado, Lucía, gracias al tesón y la ayuda de su hermana, llevó una adolescencia con una madurez impropia, buenas notas y por supuesto la selectividad superada. Alejandra, sin pensarlo si quiera, había cogido el testigo que le dejó su madre.
Estos cinco años de ausencia han pasado como un suspiro. Alejandra echa mucho de menos a mamá. El tiempo le ha cambiado la perspectiva de su dolor, digamos que lo ha difuminado. El dolor se sobrelleva, pero sigue inevitablemente latente ahí. En cada decisión que Alejandra toma habla a escondidas con mamá, le pregunta qué debe hacer, cómo lo haría ella y trata de buscar su reafirmación aunque no le conteste. Ese diálogo le relaja, le hace sonreir a su corazón y la ausencia parece empequeñecerse.
Alejandra no hace caso de lo que los demás le dicen acerca de cómo debe afrontar la pérdida de su madre. Alejandra no puede ni quiere olvidarla. Hace bien. Mantener en su memoria a mamá es una forma de mantenerla todavía viva. Sabe que es el mejor homenaje que le puede hacer. En verdad nadie muere hasta que sus recuerdos se borran para siempre.
Mi lamento (Dani Martín)
Resiliencia
¿Cómo ganó David a Goliat?
Goliat era extraordinariamente alto para la media incluso para los estándares actuales. Los escritos más antiguos cifran su estatura en cuatro codos y un palmo (2,06 m). Cuando las líneas de batalla de los filisteos y el ejército de Saúl se encontraron de frente a cada lado del valle, el gigantesco guerrero Goliat salió del campamento filisteo y en voz alta desafió a Israel para que presentara a un hombre que luchase con él en un combate cuerpo a cuerpo, cuyo resultado determinaría qué ejército llegaría a ser siervo del otro. Cuenta la leyenda que un sencillo pastorcillo llamado David de la tribu de Judá, quien era pródigo en talentos y con buen semblante hizo frente a su reto. David le lanzó una piedra con su honda, esta se le hundió en la frente y Goliat cayó a tierra.
Esta es la historia o leyenda, si lo prefieren, de cómo alguien tan pequeño como David pudo vencer a un gigante como Goliat. Así pues, en nuestras vidas sentimos determinadas situaciones que nos resultan “Goliats” insalvables. Esos “Goliats” viven en nuestro pasado, presente y también en el futuro en forma de miedos que se apoderan de nuestra mente. Como decía el filósofo y escritor francés Michel de Montaigne: “Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron”. Y es muy posible que así sea, pues muchas de nuestras preocupaciones son más grandes en nuestra cabeza que en la realidad.
El cáncer en nuestra cotidianidad es visto como un “Goliat” difícil de vencer. Para sentirnos como David existen herramientas que pueden hacernos cambiar esta idea que nos sobrepasa y transformar nuestra preocupación hacia un sentido constructivo. No se trata de ser optimista. Es perfectamente lógico que ante un diagnóstico de cáncer uno sienta que el mundo se le viene encima. Es normal sentirse apesadumbrado, triste y preocupado en un primer momento. Es importante pues pasado ese primer momento, ponerse en acción y tratar de buscar puntos de vista e instrumentos que nos ayuden a sobrellevar la situación de un modo, digámoslo así, más positivo. Éstos serían:
- Hacerse preguntas, obtener respuestas y cambiar de nuevo las preguntas.
- Buscar soluciones a cada caso y trabajar en ellas.
- Ser consciente del aquí y ahora. Aprender a vivir el día a día como si fueran pequeños compartimentos estancos. Si dividimos a nuestro “Goliat” en diminutas porciones será todo más digerible.
- Buscar actividades que nos gusten, a ser posible que nos apasionen, que nos emocionen. Eso ayuda a “ocuparnos” y a no “pre-ocuparnos”.
- El pensamiento constructivo lo podemos generar de forma intrínseca, pero también es bueno compartirlo con alguien que te dé pistas o te facilite esa búsqueda de respuestas que necesitas.
- Escribir, dibujar o cualquier forma de expresión artística. Nos pueden ayudar a dar forma a los problemas, ya que los desgrana, los disocia y se convierten en un excelente ejercicio liberador, haciendo más llevadero todo el proceso.
- Buscar referentes o modelos. Para ello es bueno compartir experiencias con personas que hayan pasado por una situación similar a la tuya.
- Si es necesario, buscar ayuda y colaboración de un profesional. El psicooncólogo puede ayudarte a reforzar todo lo anteriormente expuesto.
- Poner todo lo anterior en práctica. No dejarlo como una idea que se posterga.
Cineterapia oncológica: Surviving Amina. EEUU. Barbara Celis. 2010.
Todo se inicia con el parto de Anne y el nacimiento de Amina cuya grabación le había encomendado a su amiga Barbara Celis. El diagnóstico precoz de la leucemia llevó a la propia madre a querer seguir filmando, pues su idea era demostrar que su hija sobreviviría a aquel trance. Se inicia así una narrativa en el que el espectador es testigo de tres años de las diferentes fases de la enfermedad: diagnóstico, tratamiento, ingresos hospitalarios, recaídas, complicaciones. También se objetivan esa amalgama de sentimientos que surgen ante un proceso de enfermedad grave: euforia, resiliencia, negación, ira, miedo, tristeza, conflictos de pareja, etc. Así surge algo no planeado, no previsto, pues iba a ser una película familiar sobre la vida y curación de esa pequeña Amina, adquiriendo con el tiempo unos tintes muy diferentes.
El valor de este documental no es de hacer de esta historia un “reality” como podríamos imaginar, sino de dar rienda suelta a los sentimientos, pues la mayoría de las personas que sufren este tipo de situaciones complicadas lo hacen en silencio, a solas y sin testigos a ser posible. Aquí se puede palpar la realidad de un Hospital Infantil de Oncología, con sus juguetes, pero también con las bombas de infusión para quimioterapia y otros artilugios de hospital. Los padres se empoderan, buscan grupos de apoyo y hacen una especie de “máster” acelerado en Oncología Pediátrica, descifrando lenguajes e interpretando analíticas.
La realidad supera con creces a muchas historias de la ficción sobre el mismo tema. La leucemia es la enfermedad oncológica más cinematografiada de la historia, posiblemente por el impacto social que produce ver a niños y jóvenes afectados por esta enfermedad. Finalmente se produce un desenlace fatal que hace que emanen sentimientos de “dolor psicológico total”. Se formulan preguntas sin respuestas y la vida parece un sinsentido. En el aire se queda la pregunta de si hay vida detrás de la muerte de un hijo.
Anne se aferra al recuerdo omnipresente de su hija, compartiendo imágenes filmadas con su familia. Tomasso no lo supera. Hechos de este tipo pueden unir más o desestabilizar una pareja como les ocurrió a ellos, pues tuvieron que tomar caminos separados ya que no encontraban el equilibrio necesario tras el fallecimiento de Amina. Ambos huyeron de Nueva York y se refugiaron en sus sendos paises de origen para mitigar el dolor del recuerdo. Como dice Tomasso: “Aceptarlo no significa superarlo”. A pesar de lo oscura de esta travesía de dolor, Barbara Celis consigue dar un bello rayo de luz al espectador.