Diagnóstico: Cáncer de mama. Tratamiento: Cirugía conservadora de la mama con biopsia selectiva del ganglio centinela, quimioterapia, radioterapia y hormonoterapia. Ese era el veredicto y debía cumplirse justo en ese orden. Tras el impacto inicial, Nuria transitó por varios estados de ánimo. Su consciente con tintes de ensoñación entonaba frases como “Esto no puede estar pasándome a mi”, “¿Por qué a mi?”, “¿Pero qué he hecho yo para merecer esto?”, “Tengo que afrontarlo y ser fuerte, pero no sé cómo”, “¿Cómo se lo cuento a mi familia?”, “Tendré que comprarme una peluca ¡Dios mío! Todo el mundo sabrá que estoy enferma. ¡Qué horror!”
Tras la intervención, Nuria fue a visitar a su peluquera Magda decidida a eliminar pronto su hermosa melena castaña con algún reflejo dorado por el sol. Antes de cortar, Magda le dió a probar varias pelucas que se parecían mucho a su peinado original y a su cabello natural. Nuria, sin embargo, optó por establecer un cierto cambio de imagen, una melena algo más corta y favorecedora y que simulaba mucho a su cabellera original.
Magda sonrió al verla convencida y con las ideas tan claras acerca de su nueva imagen. Así es como Magda empezó a hacerle una coleta baja que envolvió en un lazo, cortó y se la entregó con cariño a Nuria. Con la maquinilla empezó a cortar los mechones de su lado izquierdo que inexorablemente caían, uno a uno al suelo. Cuando acabó la cara de Nuria mostraba toda su belleza y explendor aún con el cuero cabelludo al desnudo. Desnudez. Esa era la sensación que le ofrecía el hecho de verse sin su melena.
Magda le colocó su nueva peluca. Nuria no dejaba de mirarse en los espejos y reflejos de cualquier cristal que hallaba a su paso. Mirarse era la forma de acostumbrarse a su nueva imagen.
Al cabo de unos meses, Nuria acabó la quimioterapia que, por cierto, había llevado bastante bien. Tan sólo notaba un leve hormigueo en la punta de los dedos de sus manos y pies. Poco después empezó con sus sesiones de radioterapia y su cabello comenzaba a asomar fuerte. A los dos meses tras acabar la “radio”, decidió despojarse de la incómoda peluca y volvió a visitar a Magda para que diera un poco de color y vida a su nuevo pelo.
Nuria se había cuidado al máximo durante el tratamiento y tan sólo había cogido algún quilito de más que incluso le favorecía. Iba al gimnasio tres veces por semana y vigilaba mucho lo que comía. Deseaba cuidar su cuerpo como un templo para que así los estragos de los tratamientos le resultaran más llevaderos.
Pasaron los años, las revisiones periódicas, las reuniones con otros compañeros de viaje. Nuria se sentía bien, plena y afortunada por haber podido contarlo.
Un día oyó hablar en un blog de un banco de pelucas en el Hospital de Miranda de Ebro, en la provincia de Burgos. Tras leer la iniciativa corrió al armario a ver su olvidada peluca. Sintió un irremediable arrebato de donarla, de que fuera útil a otra anónima mujer. Sin pensarlo mucho, envió un e-mail al “banco” donde aceptaron de buen grado su donación. La envolvió cuidadosamente, la empaquetó y se dirigió a Correos dispuesta a enviarla.
Nuria tenía el corazón contento pues con este simple gesto de generosidad parecía que las cosas cobraban un nuevo e inusitado sentido.