Historias de vocación

Diecisiete ciudades, veintinueve hospitales y una furgoneta estilo retro cargada de ilusiones recorre el territorio español para recoger “Historias de Vocación” de nuestros profesionales sanitarios. Detrás de cada profesional hay una historia de verdadero servicio y entrega a los pacientes.
La iniciativa que ha sido impulsada por Roche Farma España ha recorrido los principales hospitales de referencia de nuestro país para poner en valor la labor de los profesionales sanitarios y conocer qué les empuja cada día a dar lo mejor de sí mismos en su trabajo.

‘Historias de Vocación’ cuenta con el apoyo de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), la Sociedad Española de Reumatología (SER), la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH), la Sociedad Española de Hematología y Hemoterapia (SEHH), la Sociedad Española de Neurología (SEN) y la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR)

Se recogen testimonios de médicos, enfermeras, celadores y otros profesionales sanitarios  a través de videos cortos que pueden verse en Facebook y Twitter. Gracias a esos testimonios se pone de manifiesto el lado más bonito, amigable y humano de nuestra profesión, así como los valores universales y el compromiso de servicio o entrega a los demás.

La vocación se define como la inclinación a cualquier estado, carrera o profesión. El término proviene del latín “vocatio” o inspiración. Se utiliza también como sinónimo de llamamiento. En términos generales la vocación se relaciona con los anhelos, los gustos, los intereses y aptitudes de cada persona. Es un proceso que se desarrolla durante toda la vida, se construye de forma continua y permanente. La vocación implica descubrir quién soy, cómo soy y hacia dónde voy y quiero ir. La respuesta a estas preguntas es la que marca el camino a seguir.

La vocación en sí es un proceso de autodescubrimiento complejo y vivido de forma diferente por cada uno de nosotros. Hay personas que siempre han sabido lo que querían ser, otros han sido influenciados por su entorno y otros la han descubierto por casualidad. No hay una receta única para saber cuál es la verdadera vocación de cada uno. Hay personas que llegan a conocer su verdadera vocación de una forma tardía.

La vocación debe ser siempre algo que nos llene, que nos produzca una sensación indescriptible de satisfacción y disfrute, una actividad que dé sentido a lo que hacemos y que nos lleve a pedirnos a nosotros mismos a hacerlo bien y mejor. La vocación requiere de mucho trabajo, esfuerzo y espíritu de sacrificio, en cualquier disciplina y en Medicina no es menos.

La profesión médica es esencialmente vocacional. Entiendo que, por lo menos en mi caso, así ha sido. Nunca he querido, desde que tengo uso de razón, haber sido otra cosa que no fuera médico. Si hubiera hecho caso a los tests psicológicos que me hicieron en su día en el colegio orientándome hacia una carrera de letras, hubiera hecho Historia, Derecho o Filología inglesa. Cierto es que se me daban bien las Humanidades, pero supongo que las ganas y mi determinación por ser médico por encima de todo contribuyó a que hiciera caso omiso al consejo escolar, cursara el bachillerato de ciencias y escogiera el sueño de estudiar Medicina.

Una vez terminada la carrera y preparado el examen MIR tuve que elegir de nuevo. Tenía claro que quería una especialidad relacionada con el cáncer y escogí Oncología Radioterápica porque me parecía atractiva. Es una especialidad clínica, médico-quirúrgica y abarca además conocimientos de otras disciplinas como la Física Médica o la Radiobiología que no se dan en otras especialidades médicas. Una especialidad apasionante y de la que he tenido la suerte de vivir en plena era de una revolución tecnológica, cosa que ha hecho que evolucione en pocos años de forma exponencial.

Son muchas las historias que podría contar de pacientes a lo largo de veinticinco años de ejercicio de esta especialidad. Muchas de ellas han sido contadas en forma de relatos en este blog. Son historias emotivas, curiosas, personales y llenas de vida. Historias de vocación que ponen en valor las necesidades que los pacientes y nosotros mismos tenemos en nuestro día a día.

Les dejo con varios ejemplos de “Historias de Vocación”

https://www.facebook.com/historiasdevocacion/videos

La Dra. Maite Murillo Oncóloga Radioterápica y Jefe de Servicio del Hospital La Princesa de Madrid 


El Dr Martín Tejedor, Oncólogo Radioterápico y Jefe de Servicio del Hospital Miguel Servet de Zaragoza

El Dr Josemi Ponce, Oncólogo Radioterápico del Hospital Miguel Servet de Zaragoza

Miguel Pombar, Jefe de Servicio de Radiofísica del Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela

El Dr Martín Lázaro Quintela, Oncólogo Médico del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo



El Dr Ignasi Tusquets, Oncólogo Médico y Jefe de Sección del Hospital del Mar en Barcelona

La Dra Ana Casas Fernandez, Oncóloga Médica del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla y paciente activa 

El Dr. Julio Mayol, Cirujano General y Director Médico del Hospital San Carlos de Madrid

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Programa “Cancer Moonshot 2020” 5/5 (1)

El término “moonshot” deriva del vuelo espacial de la nave Apolo 11 que aterrizó en Luna por primera vez tripulada por un humano en 1969. Actualmente dicho anglicismo se emplea para hacer referencia a ese “disparo hacia la Luna” que traduce cualquier proyecto ambicioso. En el ámbito tecnológico implica no solo ambición, sino también aquellos aspectos exploratorios e innovadores que, o bien no tienen una rentabilidad a corto plazo, o bien tienen una larga y costosa investigación con todos y cada uno de los riesgos y beneficios. Se trata de un proyecto que soluciona un problema de primera magnitud, propone una solución radical y utiliza tecnología de vanguardia.
Así la palabra “moonshot” se adopta a proyectos innovadores, también, como no, en Oncología. Así nace el Programa “Cancer Moonshot 2020”, una iniciativa que nace en EEUU cuya finalidad es acelerar el potencial papel de la inmunoterapia en la próxima generación de tratamientos estándar contra el cáncer. El objetivo principal de esta iniciativa es la de crear un nuevo paradigma en el tratamiento oncológico mediante ensayos clínicos (aleatorizados en fase II) en pacientes en todas las etapas de la enfermedad en 20 tipos de tumores sobre 20.000 pacientes en 36 meses. Estos ensayos favorecerán la eleboración rápida de un estudio en fase III, aspirando de este modo a desarrollar una inmunoterapia basada en la vacuna eficaz para combatir el cáncer en 2020.

Sin embargo, los grupos cooperativos del National Cancer Institute sorprendentemente no incluyen a la Oncología Radioterápica en el Moonshot 2020 y para que tenga éxito, debería incluir a todas las disciplinas oncológicas en su estrategia. Creo que al menos una representación de esta especialidad debe estar para poder evaluar de una forma más completa todas las propuestas.
¿Cuál es el problema de esta investigación? El problema es que existen propuestas de investigación con aprobación financiada con un panel de expertos que tendrán una visión desequilibrada.
¿Cuál sería la solución? La solución se encontraría en añadir radiooncólogos con solvencia probada en ensayos clínicos incluidos en el panel de expertos. 
¿Cómo marcaríamos la diferencia con esta solución? Lo haríamos con una mejor selección de los proyectos de investigación con un diseño que incluyera todos los aspectos en la atención del cáncer, no sólo la cirugía o la quimioterapia. Como ya hemos hecho referencia en otros posts de este blog, específicamente en el campo de la inmunoterapia, la radiación puede potenciar lo bien que ésta funciona.
Para dar cabida a esta y otras ideas en la investigación oncológica se ha creado una plataforma digital que recoge las sugerencias e ideas en este campo, actuando así como un elemento facilitador del propio National Cancer Institute. dando cabida a las ideas prometedoras. Desde aquí pueden apoyar esta idea liderada por el Dr Matthew Katz o generar otras nuevas que pueden ser útiles para el progreso necesario de la investigación oncológica.

Les dejo con este video explicativo (en inglés) del ambicioso Programa Cancer Moonshot 2020. 

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Radioterapia emocional 4/5 (1)

Las emociones se encuentran a flor de piel en el paciente que acude a un Servicio de Oncología. En mi campo en particular, el de la Radiooncología, las radiaciones son imaginadas con cierto halo de misterio, desconocimiento, asombro o miedo. Las radiaciones no pueden ser apreciadas por nuestros cinco sentidos. No las vemos, no las olemos, no las tocamos, no las oímos, ni siquiera las saboreamos. Tampoco las intuimos. El testimonio de que la radiación está ahí queda reflejada en el símbolo con forma de trébol a la entrada del acelerador lineal, en la imagen radiológica que guía el tratamiento o en el efecto biológico que puede dejar, tiempo después de haber recibido radioterapia, en el tejido irradiado.
Las bondades de la radiación son sin embargo superiores a sus atribuidos efectos negativos. Nos ayudan a conocer mejor nuestros cuerpos por dentro, favorecen la búsqueda de soluciones a través de su enigmática mirada a muchos problemas de salud e incluso tienen la capacidad para lanzar un bombardeo letal a unas células descontroladas y no deseadas a las que llamamos cáncer. Se debe entonces llegar a un pacto de confianza en ellas y en los profesionales que las aplican para dejar de tenerles miedo y amarlas.
El paciente acude a la primera visita temeroso, sin saber muy bien a qué viene o cómo trabaja el radiooncólogo. Afortunadamente para él, los miedos se disipan con una correcta información en la primera consulta. Les hablo de por qué deben recibir o no tratamiento, del cómo, del cuando y de los resultados a esperar de él. Una vez el paciente sabe por qué debe recibir radioterapia se tranquiliza y entiende que eso es bueno para él. Los nervios iniciales van aplacándose.
Hablamos del cómo lo vamos ha hacer. Le explico que es un TAC-simulador. No es muy diferente a un TAC de Radiodiagnóstico. Él no entiende por qué debe hacerse otra TAC (Tomografía Axial Computerizada, conocido popularmente como escáner) si ya se hizo uno anteriormente. Le explico que esta TAC es de “diseño” para su tratamiento, que llevará unos peculiares inmovilizadores, que la TAC para simulación constituye una herramienta sobre la que después trabajar corte a corte y que posee unos láseres especiales para lograr una posición anatómica reproducible en su día a día de tratamiento.  Le hablo de los puntos de tatuaje que me servirán de coordenadas para que el acelerador lineal administre de forma correcta el haz de radiación en el blanco perfecto que es su tumor. 
Le cuento que prescribo radiaciones y cómo es esa receta tan particular. La receta la escribo con una posología concreta, una dosis de radiación para el tumor y los ganglios si es menester. En esa prescripción también se limita la dosis al tejido sano para que éste no sufra. Esta peculiar receta sucede delante del planificador, un ordenador en el que dibujo contorneando corte a corte la situación del tumor y los llamados órganos críticos.
La prescripción ya está hecha, pero debe ser diseñada por un Radiofísico que con pericia encuentra la mejor incidencia de los haces de radiación. Al Radiofísico lo comparo con el farmacéutico (más conocido) que permite que el medicamento tenga la presentación y la absorción requerida para su efecto terapéutico. Con él trabajo codo a codo. Me muestra su trabajo y a través de nuestro mutuo diálogo, conseguimos perfilar el ansiado tratamiento. 
El paciente viene a darse su primera sesión de radioterapia. Avisa de que ya está ahí y se identifica. Sus sensaciones son extrañas y se siente a la expectativa. Aguarda pacientemente en la sala de espera a que llegue su turno, e intercambia saludo con otros pacientes que allí se encuentra. Algunos le hablarán de sus sensaciones, de sus preocupaciones, de su médico, técnico o enfermera o simplemente hablarán de cosas banales como el tiempo,  o callarán y se limitarán a observar o mirar el móvil. Otros protestarán por las esperas para entrar, para coger la ambulancia o para esperar a su médico. Cada toma la opción que en ese momento le sale. 
Por megafonía dicen su nombre. Llega su turno. Los técnicos se presentan, le saludan, le dan unas breves instrucciones y le invitan a que se quite la ropa en un discreto vestidor. Se dirige con los técnicos al búnker. Le impresiona las dimensiones de la sala y el acelerador lineal. Se sobrecoge. Se coloca sobre una mesa rígida y fría como le dicen los técnicos y se deja hacer. Trata de tranquilizarse y permanece quieto como le dicen, pero no es una misión fácil pues inevitablemente está nervioso. Nota cómo le colocan, cómo se alza y se mueve la mesa. Unas líneas rojas horizontales y verticales dibujan su piel. Son los láseres de posicionamiento. Los técnicos le mueven una y otra vez hablando entre sí hasta conseguir la posición exacta. El cabezal de la máquina es enorme y está apuntando encima de él. A sus lados sobresalen unos brazos retraíbles que no te tocan pero intimidan y que son el sistema de imagen del propio acelerador lineal.
El cabezal se mueve automáticamente de un lado a otro y hace un ruido característico en su movimiento. Los técnicos dejan solo al paciente y le avisan de que le ven a través de un circuito cerrado de televisión. Se realizan varias imágenes radiológicas de comprobación y se ajusta con leves movimientos de mesa si es necesario. Llega el momento esperado. Un sonido, una señal luminosa y una pantalla de ordenador son testigos de que la radiación se está emitiendo. El paciente, sin embargo no nota nada en los escasos diez o quince minutos que dura la sesión.
Ya está. La puerta se abre. Entran los técnicos y le ayudan a bajarse de la mesa de tratamiento. A partir de ahora ya cuenta con la experiencia de que va a ser así cada día durante varias semanas de lunes a viernes. Consigue poco a poco tranquilizarse e interioriza que igual no era para tanto. 
Todo transcurre bien, con pocas incidencias que le permite al paciente a llevar una vida casi normalizada. Una vez por semana suele ver a su radiooncólogo que supervisa y le pregunta cómo se siente física y emocionalmente. Se le ve visiblemente cansado, pero contento de encontrarse razonablemente bien. Se siente arropado por los profesionales que le atienden y con el paso de los días ha adquirido ya el hábito de acudir al hospital diariamente. 
Por fin ha acabado el tratamiento con escasos contratiempos. El médico le emplaza ya para venir a una consulta programada en unos meses con algún análisis o prueba diagnóstica si es necesario. Le da un informe de tratamiento que aunque legible, cuesta de entender por lo técnico de su terminología. Alguno se atreve a preguntar. Algún otro lo guarda y se abstiene. Lo importante para él es estar bien y mantenerse sin evidencia de enfermedad. 
Emociones y sentimientos encontrados. Miedo, asombro, curiosidad, enfado, tristeza o alegría. El espectro es enorme, pero hay pacientes que se atreven a contarlo. Conocer la experiencia del paciente nos acerca a él y nos ayuda a comprender sus necesidades, humanizando así cada vez más el trato hacia él. Es lo que yo llamo Radioterapia emocional
A continuación les dejo con este video creado por un paciente.  Después de haber recibido radioterapia para un tumor nasal en 2013 en el Penn’s Abramson Cancer Center en Estados Unidos, Tom Ashley un cineasta local, decidió que quería ayudar a otros pacientes que estuvieran pasando por una experiencia similar. Tom explica que de entrada los pacientes no están familiarizados con este tipo de tratamientos y en su viaje por la Radiooncología le surgieron un montón de preguntas:

¿A dónde voy? ¿Cómo me preparo? ¿Cómo es el proceso? ¿Voy a tener personal de apoyo conmigo todo este tiempo? ¿Por qué necesito llevar una máscara? ¿Duele hacerse esa máscara antes del tratamiento?

El tumor nasal de Tom precisa la realización de una máscara termoplástica individualizada, permitiendo al paciente a permanecer inmóvil y reproducir la posición todos los días de tratamiento. Para explicar mejor este proceso, Tom se llevó la cámara detrás de las escenas y se documentó de su propia experiencia vivida en primera persona. Este es el resultado. 

   

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El relato del cáncer desde la experiencia del paciente 5/5 (4)

Escuchar el relato de un paciente desde el preciso instante en que conoce la noticia de que padece un cáncer es un hecho conmovedor. El médico o el sanitario conoce la enfermedad, sus síntomas, el proceso diagnóstico-terapéutico en alguna de sus partes, los medios de que dispone para ello, etc. Pero a medida que me atrevo a escuchar los testimonios de los pacientes “off the record” me doy cuenta de todas las lagunas existentes y del largo camino que nos queda por recorrer en el campo de la comunicación.
El paciente vive la enfermedad en primera persona, la sufre o la padece puede que con síntomas o apenas sin ellos. Vive con angustia, con incertidumbre, con miedo y con una necesidad creciente de encontrar información de buena calidad que pueda guiarle o reconfortarle. Sospecha, piensa en sus allegados, siente la necesidad de ser fuerte para afrontarla y desea en el caso de que sus sospechas se confirmen poderla sobrellevar con naturalidad y una cierta “normalidad”. Esta misión se convierte en su bandera y forma parte de su jerárquica pirámide de necesidades
Desde mi perspectiva como sanitario no deja de preocuparme ser un espectador de muchas de las deficiencias y vacíos que el paciente encuentra a su paso en todo el proceso. El hospital se convierte en un medio hostil, frío y poco acogedor para el paciente. Son las personas las que le confieren calidez y seguridad, siendo ahí donde radica gran parte de nuestra responsabilidad.

Me atrevo a hacer una reflexión personal sobre el asunto, tras escuchar el relato de su enfermedad a tres mujeres que tuvo lugar en la Galería del Hospital Universitario de Burgos el pasado 27 de Abril a iniciativa de Burgos Vital una plataforma que pretende crear un foro que sirva de conciencia de nuestro entorno acerca de la salud, el bienestar y calidad de vida, difundiendo los problemas sociales y sanitarios, contribuyendo así a la promoción de la salud en la sociedad burgalesa.

En la grabación que van a poder ver al final de este post verán tres testimonios de tres mujeres: María Dios, Esther Cámara y Lou Matilla. María habla de su cáncer de mama reposadamente, con una sonrisa, relatando lo que le pasó hace ya unos diciocho años, con sus cicatrices, sus adversidades y cómo logró poco a poco superarlas para a su vez ayudar a otras mujeres que actualmente pasan por lo mismo. Esther habla de lo que supone el diagnóstico y periplo de una enfermedad rara, un pénfigo penfigoide el sentirse huérfana de cualquier tratamiento y de cómo, contra todo pronóstico, consiguió salir adelante e incluso fundar una asociación de pacientes. Finalmente, Lou habla en presente de indicativo, pues se encuentra todavía en tratamiento activo de un cáncer de mama a una edad temprana. Habla también y de una forma francamente emotiva de su experiencia como acompañante del cáncer renal de su marido.

Los tres testimonios ponen sobre la mesa las dificultades que van encontrando a su paso. La palabra cáncer curiosamente está ausente en el vocabulario inicial del médico que le da la noticia. Echan de menos que se nombre a las cosas por su nombre, porque ocultándolo no favorecemos su normalización. Los primeros gestos y las palabras son recordadas a fuego por las protagonistas: carcinoma o proceso maligno. Ambos aún siendo sinónimos no son interpretados con la misma claridad que la palabra cáncer. Primera reflexión: debemos hablar sin miedo del cáncer.

Una segunda cuestión es el apoyo psicológico. Reclaman, al igual que se hace en la intervención de catástrofes o accidentes con numerosas víctimas, la presencia de un psicólogo que les atienda y acompañe en el momento diagnóstico y no tengan que acudir voluntariamente a él a través de una tarjeta donde pone “Primer impacto”. El profesional que da la noticia tiene muchas veces que ejercer esa función. El sistema sanitario no dispone de psicooncólogos en la consulta médica y le derivan a la AECC que suple esa función. Una atención a “pie de consulta” serviría para cribar la necesidad o no de ese apoyo y hacer un seguimiento, especialmente entre la población masculina, reacia a acudir voluntariamente a este tipo de servicio. Tampoco estaría de más tener un psicooncólogo que ayudara a comunicar malas noticias o vigilara la salud psicológica de los profesionales sanitarios. Segunda reflexión: falta apoyo psicológico a un lado y otro de la consulta.

La tercera cuestión que se expone sobre la mesa son las esperas. Y no me refiero a las habituales esperas en las salas previas a la consulta. Las esperas para el diagnóstico y para acceder a los tratamientos. Un mes puede resultar eterno para un paciente que ya sabe que tiene un cáncer. La angustia que se le provoca en ese tránsito es inmensa. El puzzle sanitario se desencaja y el flujo de procesos burocráticos y también no burocráticos es a todas luces lento e ineficiente. Deberían imponerse unidades funcionales de gestión por patologías con consultas de alta resolución, con unos plazos de tiempo máximos y coherentes para los pacientes oncológicos. Tercera reflexión: falta coordinación y atención más temprana del paciente oncológico como norma prioritaria.

Por último, se pone sobre el tapete la falta de información y la necesidad de buscar fuentes de información aunque sea a través de Google. El paciente necesita información, sin excesos, pero clara y concisa. Desea tener una hoja de ruta que no obtiene, pues a medida que pasa por el proceso diagnóstico-terapéutico le explican las cosas en pequeños capítulos que el paciente trata de enlazar como buenamente sabe y puede. Necesita una figura que les acompañe, que les guíe, que les asesore y les ofrezca apoyo. A mi corto entender, un navegador en salud (Health Navigator) podría ser una solución, como ya he mencionado en otras ocasiones. Ayudaría al paciente a no perderse en el tratamiento multidisciplinar, le ayudaría a configurar una agenda personal de citas y pruebas, le resolvería pequeñas dudas sobre los pasos a seguir, le reforzaría positivamente y le serviría de puente entre el paciente y cada especialista. Sin duda le haría más liviano el camino. Cuarta reflexión: debemos hacer un esfuerzo a la hora de comunicarnos con los pacientes y sería bueno establecer una figura integradora que esté acompañando al paciente.

Les dejo con el video. Les advierto que dura alrededor de una hora, pero merece la pena visionarlo y escucharlo. Les ayudará a entender mejor todo lo escrito en este post. A mi me encantó y espero que sea de su agrado.

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Arte enmascarado

En la Galería de Arte del Beachwood Community Center tuvo lugar en Octubre de 2015 una peculiar exhibición de obras de arte realizadas por pacientes con cancer, supervivientes y cuidadores.

La exhibición titulada “Transformaciones: Honrando el itinerario del cancer” se realizó en colaboración con el  Cleveland Clinic Taussig Cancer Institute, la North Coast Cancer Foundation, The Gathering Place y la University Hospitals Seidman Cancer Center,  que cuentan con arteterapia para los pacientes y miembros de sus familias.

Entre las decenas de obras de la exposición destacan los creados con máscaras termoplásticas utilizadas en el tratamiento de tumores de cabeza y cuello. Son mascaras personalizadas para cada paciente y se utilizan para inmovilizar la cabeza y obtener así un tratamiento lo más preciso posible. En la exposición también se han decorado bolsas y fotografías de la quimioterapia.

Tras la petición de un paciente de quedarse la mascara para su clase de arteterapia, la voz corrió como la pólvora. De este modo los terapeutas adoptaron la idea y la exportaron a otros lugares, así como ejemplo en sus sesiones de arteterapia. Hablaron con los pacientes de cómo trabajar juntos para poner en marcha una exposición que incluyera a pacientes, familiares y personal sanitario.

Una vez tuvieron planificada la exposición, todo el mundo se preguntó cómo no habían hecho antes algo así. Otros centros oncológicos han celebrado exposiciones conjuntas, pero siempre con artistas profesionales, apunta Barbara DiScena, una arteterapeuta de ocho años de experiencia.

Algunas de las piezas de la exposición “Transformaciones” fueron realizadas por personas con un fondo artístico profesional, pero la mayoría de los artistas no tenían capacitación formal. Eso hace que la exposición resulte tan increíble e inspiradora, pues demuestra una gran capacidad de resistencia.

Cuando un arteterapeuta preguntó a Theresa Cotton si quería participar en la exposición, ella no dudó en decir que sí. Su máscara se la había llevado a casa, pero sus hijos lo habían empleado como blanco de tiro de bolas de pintura, por lo que prefería utilizar la máscara de otro paciente. Ella se lanzó ante esta oportunidad para poder expresar sus sentimientos, ya que en febrero de 2011 recibió el diagnóstico en el día de su 50 cumpleaños. Después de una cirugía, tuvo que someterse a quimioterapia y radioterapia. Theresa cogió su colección de tarjetas de buenos deseos y notas enviadas a ella de sus amigos, parientes, extraños y estudiantes de tercer curso del aula donde ella había trabajado como ayudante de un profesor (unas 100 según la paciente). Durante varios días Theresa ordenó los mensajes, leyendo de nuevo todos ellos para recoger las palabras que a su modo de ver resultarían inspiradoras para otros. Pasaron varios días para que ella arreglase, decorase y pegase las notas de forma visible. Fue todo un reto para dejar de lado algunos sentimientos. Se sintió muy bien tras hacerlo. Atravesó y afrontó su enfermedad. Ella conoce a muchas personas que no lo hacen.

Esta máscara termoplástica de Theresa Cotton fue decorada con tarjetas de ánimo y frases inspiradoras que recibió durante su tratamiento en 2011
Conjunto de la exhibición “Transformaciones” que tuvo lugar en en Beachwood Community Center Art Gallery
Traducción libre del artículo “Cancer patients, survivors turn treatment masks into works of art” (Los pacientes con cáncer, los supervivientes convierten las máscaras de tratamiento en obras de arte). Les dejo con un video de cómo un paciente convirtió su máscara termoplástica para el tratamiento de un cáncer de laringe en una escultura. 

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